lunes, 31 de agosto de 2009

Soave

Ella avanza en bicicleta 
junto a un canal muerto 
recitando los versos de Carducci 
que aprendió la semana pasada en la escuela 
en este canal cuando yo era joven 
las barcazas cruzaban tan juntas 
era como un beso... 


John Berger, Cuatro postales

domingo, 30 de agosto de 2009

Epigrama

Pero en la noche ves tu arroz y tus frijoles fritos,
con una cuajada fresca, y una tortilla caliente,
o un plátano asado,
los comés sin guardasepaldas.
Y tu jícara de tiste no la prueba primero un ayudante.
Y después tocás si querés en tu guitarra una canción ranchera,
y no dormís rodeado de reflectores y alambradas y torreones.

Ernesto Cardenal, Epigramas, 1950-1956

jueves, 27 de agosto de 2009

Los heraldos negros

Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma… Yo no sé!

Son pocos; pero son… Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte. 
Serán talvez los potros de bárbaros atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.

Son las caídas hondas de los Cristos del alma,
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema

Y el hombre… Pobre… pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.

Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé!

César Vallejo, 1918

miércoles, 26 de agosto de 2009

Cuerpo a la vista

Y las sombras se abrieron otra vez y mostraron tu cuerpo:
tu pelo, otoño espeso, caída de agua solar,
tu boca y la blanca disciplina de sus dientes caníbales, prisioneros en llamas
tu piel de pan apenas dorado y tus ojos de azúcar quemada,
sitios en donde el tiempo no transcurre,
valles que sólo mis labios conocen,
desfiladero de la luna que asciende a tu garganta entre tus senos,
cascada petrificada de la nuca,
alta meseta de tu vientre,
playa sin fin de tu costado.

Tus ojos son los ojos fijos del tigre
y un minuto después son los ojos húmedos del perro.

Siempre hay abejas en tu pelo.

Tu espalda fluye tranquila bajo mis ojos
como la espalda del río a la luz del incendio.

Aguas dormidas golpean día y noche tu cintura de arcilla
y en tus costas, inmensas como los arenales de la luna,
el viento sopla por mi boca y su largo quejido cubre con sus dos alas grises
la noche de los cuerpos,
como la sombra del águila la soledad del páramo.

Las uñas de los dedos de tus pies están hechas del cristal del verano.

Entre tus piernas hay un pozo de agua dormida,
bahía donde el mar de noche se aquieta, negro caballo de espuma,
cueva al pie de la montaña que esconde un tesoro,
boca del horno donde se hacen las hostias,
sonrientes labios entreabiertos y atroces,
nupcias de la luz y la sombra, de lo visible y lo invisible
(allí espera la carne su resurrección y el día de la vida perdurable).

Patria de sangre,
única tierra que conozco y me conoce,
única patria en la que creo,
única puerta al infinito.


Octavio Paz, El girasol, 1943-1948.

lunes, 24 de agosto de 2009

ELOGIO DEL ABURRIMIENTO

Conferencia de graduación pronunciada en Darmouth College, en julio de 1989.


But should you fail to keep your kingdom
And, like your father before you come
Where thought accuses and feeling mocks,
"Believe your pain"
  ( W.H.Auden, The Sea and The Mirror)


  Una parte sustancial de lo que os espera a partir de ahora va a estar dominada por el aburrimiento. La razón por la que me gustaría hablaros hoy acerca de ello, en tan ilustre ocasión es que, a mi juicio, ninguna escuela de artes liberales os prepara para tal eventualidad; Darmouth no supone una excepción.
  Ni las humanidades ni las ciencias incluyen el aburrimiento entre sus materias. Como máximo, os pueden comunicar su sensación. Pero ¿qué es un contacto casual comparado con un malestar incurable? El sonsonete más monótono proveniente de una tarima o un soporífero libro de texto escrito con estilo indigesto no admiten comparación con el Sáhara psicológico que comienza en vuestro dormitorio y no reconoce límites. 
  Conocido por numerosos seudónimos –hastío, tedio, apatía, estolidez, letargia, languidez, sopor, acidia, depre, etc.–, el aburrimiento constituye un fenómeno complejo, fruto, por lo general, de la repetición. Podría parecer, por lo tanto, que el mejor remedio contra él consistiría en la innovación y la originalidad constantes. Eso es lo que vosotros, que sois jóvenes y modernos, esperáis que ocurra. Por desgracia, la vida no os lo va a facilitar, pues la esencia de la vida consiste precisamente en la repetición.
  Podría aducirse, desde luego, que la búsqueda incesante de originalidad e innovación constituye el instrumento del progreso, y por lo tanto, de la civilización. Sin embargo, la experiencia nos enseña que esa búsqueda no es la más fructífera. Si analizáramos la historia de nuestra especia a partir de los descubrimientos científicos, sin entrar, sin entrar en conceptos éticos, el resultado no nos sería favorable. Obtendríamos, hablando técnicamente, siglos de aburrimiento. La propia noción de originalidad o de innovación revela la monotonía de la realidad, de la vida, cuya esencia –mejor dicho, cuyo lenguaje– es el tedio.
  En este sentido, la vida difiere del arte, cuyo peor enemigo, como sabéis, es el cliché. No es de extrañar, por tanto, que tampoco el arte os pueda enseñar a enfrentaros con el aburrimiento. Pocas novelas tratan sobre este tema; en pintura aún resulta menos frecuente; y la música no es un arte de significados. El arte suele abordar el aburrimiento de una manera autodefensiva y satírica. La única forma de que el arte pueda serviros de solaz contra el aburrimiento, contra el equivalente existencial del cliché, consiste en que os hagáis artistas. Sin embargo, teniendo en cuenta que sois muchos, tal perspectiva resulta tan poco atractiva como improbable.
  Pero aunque salierais de aquí en tropel y os abalanzarais sobre máquinas de escribir, caballetes o pianos Steinway, no conseguiríais escapar por completo del aburrimiento. Si la repetición es la madre del aburrimiento, vosotros, jóvenes y modernos, no tardaréis en sentiros agobiados por la falta de reconocimiento y los bajos ingresos, males ambos que podemos considerar endémicos en el ámbito artístico. A este respecto, la escritura, la pintura o la composición musical resultan claramente inferiores a un trabajo en un bufete de abogados, en un banco e incluso en un laboratorio.
  En ello reside, por supuesto, la gracia salvadora del arte. Al no ser lucrativo, no se ve tan influenciado por el crecimiento demográfico. Pues si, como hemos dicho, la repetición es la madre del aburrimiento, la demografía (que va a desempeñar en vuestras vidas un papel mucho más decisivo que cualquier asignatura que hayáis estudiado aquí) es su otro progenitor. Puede que esto os suene misantrópico, pero doblo con creces vuestra edad y he visto multiplicarse por dos la población nuestro globo. Cuando alcancéis mi edad, ya se habrá cuadruplicado, y de una forma hoy por hoy inimaginable. Por ejemplo, hacia el año 2000 los cambios culturales y étnicos serán tales que, sin duda, deberéis replantearos vuestra concepción del mundo.
  Este hecho bastaría por sí solo para reducir las posibilidades de la originalidad y la inventiva como antídotos del aburrimiento. Pero incluso en un mundo más monocromático, la originalidad y la inventiva tendrían que enfrentarse con otro problema: el de los beneficios que, en efecto, reportan. Si poseéis tales habilidades, vais a progresar con mucha rapidez. Aunque esto último parezca muy deseable, la mayoría de vosotros habrá podido comprobar de primera mano que nadie se aburre tanto como un rico, pues el dinero compra tiempo, y el tiempo es repetitivo. Dando por supuesto que no vais camino de la miseria –de lo contrario no habríais ingresado en la universidad–, es fácil prever que sufriréis el peso del aburrimiento en cuanto os hagáis con las primeras herramientas de la autogratificación.
  Gracias a los avances tecnológicos, tales herramientas resultan tan numerosas como los sinónimos del aburrimiento. A la luz de su función –haceros olvidar el carácter repetitivo del tiempo– su abundancia es reveladora. Como lo es también la función de vuestro poder de compra, que vais a continuar aumentando en cuanto salgáis de esta ceremonia en medio de los clics y zumbidos de los aparatos que sostienen vuestros padres y parientes. Se trata de una escena profética, damas y caballeros de la promoción del 89, pues van a entrar ustedes en un mundo en el que la grabación de un acontecimiento es más importante que el hecho mismo; en el mundo del video, del estéreo, del control remoto, del chándal y de la máquina de ejercicios, para manteneros en forma y poder revivir vuestro pasado o el de otra persona: éxtasis enlatado que exige carne fresca. 
  Todo lo que se ajusta a un patrón engendra aburrimiento. Y eso afecta al dinero en muchos aspectos, tanto a los billetes mismos como al hecho de poseerlos. No pretendo, por supuesto, presentar a la pobreza como forma de huir del aburrimiento, aunque parece que ese fue el caso de San Francisco. La idea de nuevas órdenes monásticas, sin embargo, no parece particularmente atractiva en esta era de vídeo-cristianismo, pese a la miseria que nos rodea por doquier. Además a vosotros, jóvenes y modernos, se os ve más deseosos de ayudar a personas de lugares lejanos, que a nuestros vecinos; más dispuestos a renunciar a vuestro refresco favorito que a aventuraros por los barrios pobres. No pretendo aconsejaros, pues, la pobreza. Pero sí sería recomendable que recelarais un poco del dinero, pues los ceros de vuestras cuentas corrientes pueden llegar acompañados de sus equivalentes mentales.

  En cuanto a la pobreza, el aburrimiento constituye la parte más brutal de su desdicha, y la huida de ella reviste formas más radicales: la rebelión violenta y la adicción a las drogas. Ambas resultan pasajeras, pues la desdicha de la pobreza es infinita, y muy caras, precisamente debido a tal infinitud. Un hombre que se inyecta heroína en la vena viene a hacerlo por la misma razón por la que otros se compran un video: para eludir el carácter repetitivo del tiempo. La diferencia, sin embargo, es que gasta más de lo que consigue, y que en su forma de evasión llega a ser, más rápidamente que en otros casos, tan repetitiva como aquello de lo que quiere huir. En definitiva, la diferencia de tacto entre la aguja de una jeringa y el botón de un estéreo se corresponde con la que existe entre la agudeza y la insipidez del impacto del tiempo sobre los desposeídos y la gente acomodada. En suma, seáis ricos o pobres, tarde o temprano vais a sufrir esta redundancia del tiempo.
  Vosotros, gente potencialmente acomodada, llegaréis a aburriros de vuestro trabajo, de vuestras amistades, de vuestras parejas, de vuestros amantes, de la vista desde vuestra ventana, del mobiliario o del papel pintado de vuestra habitación, de vuestros pensamientos, de vosotros mismos. , en consecuencia, intentaréis idear formas de evasión. Aparte de los gratificantes aparatos antes mencionados, puede ser que os decidáis a cambiar de trabajo, de residencia, de compañías, de país, de clima; o a entregaros a la promiscuidad, al alcohol, a los viajes, a la cocina, a las drogas, al psicoanálisis.
  De hecho, puede que os entreguéis a todo ello a la vez. Y quizá os vaya bien durante un tiempo. Hasta que, por supuesto, os levantéis un día en vuestro dormitorio junto a vuestra nueva familia y con un papel pintado diferente en un lugar y en un clima distintos, aunque sintiendo de nuevo esa mortecina sensación ante la luz del día que se cuela por la ventana. Os calzaréis los zapatos pero descubriréis que no os permiten huir lejos de todo aquello que vuelve a caeos encima. Una vez reconocida tal sensación, dependiendo de vuestro carácter o de vuestra edad, sentiréis pánico o bien os resignaréis; o quizá os lanzaréis de nuevo al vértigo de los cambios.
  Palabras como neurosis o depresión empezarán a aparecer en vuestro vocabulario, y las pastillas, en vuestro botiquín. En sí, nada tiene de malo convertir la vida en una búsqueda constante de alternativas, en un baile incesante de trabajos, parejas, entornos, etc., siempre que seáis capaces de afrontar tanto su coste como el desbarajuste de recuerdos. Después de todo, el cina y la poesía romántica han ofrecido una imagen atractiva de tal confusión. El problema es que esa búsqueda acabe convirtiéndose en una ocupación constante, y que vuestra necesidad de novedades venga a asemejarse a la de la dosis diario de un drogadicto.
  Cuando os golpee el aburrimiento, id por él. Dejad que os inunde; sumergíos, tocad fondo. En una situación desagradable, la regla es tocar fondo cuanto antes para volver con más rapidez a la superficie. De lo que se trata diríamos parafraseando a otro gran poeta de lengua inglesa, es de dar un repaso a fondo a lo malo. La razón de que el aburrimiento merezca tal escrutinio es que representa al tiempo en toda su pureza, en todo su repetitivo, superfluo y monótono esplendor.
  Por decirlo así, el aburrimiento es vuestra ventana al tiempo, a esas características del tiempo que uno tiende a pasar por alto para no poner en peligro su equilibrio mental. Se trata, en definitiva, de una ventana a la infinitud del tiempo, o , lo que es lo mismo, a nuestra propia insignificancia en él. Eso es lo que quizá explique el pavor ante las tardes solitarias y mortecinas, o la fascinación con que uno observa a veces el polvo en un rayo de sol, y se oye de fondo el tictac de algún reloj; el día es tórrido, y la fuerza de voluntad se halla bajo mínimos.
  Una vez abierta la ventana, no intentéis cerrarla; al contrario, abridla de par en par. Pues el aburrimiento habla el lenguaje del tiempo y vais a aprender la lección más valiosa de vuestras vidas, la lección que aquí, en estos verdes céspedes, no os han enseñado: la de vuestra absoluta intrascendencia. Una lección tan válida para vootros como para aquellos con quienes os codeéis. «Eres finito ―dice el tiempo con la voz del aburrimiento―, y cualquier cosa que hagas, desde mi punto de vista, es vana.» Puede que esto no os resulte precisamente agradable, pero la percepción de la futilidad, de la limitada significación que revisten incluso vuestras mejores y más vehementes acciones resulta preferible al espejismo de su trascendencia y a la correspondiente vanagloria.
  El aburrimiento supone, en efecto, una irrupción del tiempo en vuestro esquema de valores. Sitúa la vida en su justa perspectiva, lo cual da como resultado la precisión y la humildad. Esta última, observémoslo, engendra a la primera. Cuanto más conocemos nuestro propio tamaño, más humildes y compasivos nos volvemos respecto a nuestros semejantes, a ese polvo que flota en el rayo de sol o ya inmóvil sobre la mesa. ¡Cuánta vida encierra ese polvo! No desde nuestro punto de vista sino desde el suyo. Nosotros somos para él lo que el tiempo es para nosotros; por eso parece tan poca cosa. ¿Y sabéis lo que dice el polvo cuando lo limpian de la mesa?

«Recuérdame»
susurra el polvo.

  Nada más lejos de vuestro mundo, jóvenes y modernos, que el sentimiento expresado en estos dos versos del poeta alemán, ya fallecido, Peter Huchel.
  Lo he citado no porque quiera inculcaros el gusto por lo que es pequeño (semillas y plantas, granos de arena o mosquitos) pero numeroso; los he citado porque me gustan, porque en ellos me reconozco a mí mismo y, por tanto, a cualquier otro organismo destinado a ser barrido de la superficie. «”Recuérdame” / susurra el polvo.» Pues si aprendemos la lección que el tiempo nos da sobre nosotros mismos, quizá el tiempo, a su vez, pueda también aprender de nosotros alguna lección. ¿Cuál sería? La de que, aun inferiores en trascendencia, lo superamos en sensibilidad.
  Eso es lo que significa ser intrascendente. Y si para entenderlo hay que dejar que entre en nuestra casa el aburrimiento paralizado, démosle la bienvenida. Somos intrascendentes porque somos finitos. Pero cuanto más finito es algo, más cargado viene de vida, de emociones, de goce, de miedos, de compasión. Poca vida o emoción encierra la infinitud. Nuestro aburrimiento, al menos, nos permite verlo. Porque nuestro aburrimiento es el aburrimiento de la infinitud.
  Así pues, respetadlo por sus orígenes, y quizá también por los vuestros. Porque la anticipación de tal inanimada infinitud es la que explica la intensidad de los sentimientos humanos, traducida a menudo en la concepción de una nueva vida. Con ello no quiero decir que hayáis sido concebidos a causa del aburrimiento, ni que lo finito engendre lo finito (aunque ambas afirmaciones pueden ser verdaderas). Lo que pretendo sugerir es que la pasión es el privilegio de lo intrascendente.


  Por lo tanto, intentad mantener la pasión, dejad la frialdad para las constelaciones. La pasión es, sobre todo, un remedio contra el aburrimiento. Otro remedio es, por supuesto, el dolor, más el físico que el psicológico (resultado frecuente de la pasión). Aunque no os deseo ninguno de los dos, lo cierto es que, cuando sentís dolor, sabéis al menos que no habéis sido engañados (por el cuerpo o por la psique). Del mismo modo, lo bueno del aburrimiento, de la angustia y de la percepción de la propia intrascendencia, o de la de los demás, es que no se trata de un engaño.
  Podéis intentar también aficionaros a las novelas policíacas o de acción, a algo que os lleve a donde nunca antes hayáis estado (verbal, visual o mentalmente). Algo continuado… aunque sea sólo durante un par de horas. Evitad la televisión, especialmente el cambio continuo de canales, verdadera encarnación de lo redundante. Pero si tales remedios fracasan, no os resistáis, «arrojad vuestra alma a la creciente negrura». Tended los brazos al aburrimiento o a la angustia, o dejad que los de ellos, mucho mayores, os rodeen. Su seno, sin duda, os parecerá asfixiante, pero no intentéis dar marcha atrás para corregir el error. No: como dijo el poeta, «Cree en tu dolor». Este espantoso abrazo no es un error. Nada de lo que os perturba lo es. Pero tened siempre presente que en este mundo no hay abrazo que no acabe por romperse. 
  Si todo esto os parece muy negro, no sabéis lo que es la negrura. Si os parece irrelevante, espero que el tiempo os permita seguir creyéndolo. Pero si lo consideráis inapropiado para ocasión tan ilustre como ésta, me veré obligado a discrepar. 
  Sería inapropiado si lo que estuviésemos celebrando fuera vuestra presencia entre nosotros, y no vuestra partida. Pero mañana ya no estaréis aquí, pues vuestros padres han pagado sólo por cuatro años, ni un día más. Os marcháis a otro lugar para construir vuestras carreras, vuestras fortunas, vuestras familias, para encontraros con vuestro irrepetible destino. Y en ese otro lugar, al igual que en las estrellas o en los trópicos o al otro lado de la frontera de Vermont, poca noticia tienen de esta ceremonia de Darmouth Green. Ni siquiera estoy seguro de que la música de nuestra banda llegue aquí cerca, a White River Junction.
  Vais a marchar de aquí, miembros de la promoción de 1989. Vais a entrar en el mundo, mucho más densamente poblado que este lugar , y donde vais a recibir mucha menos atención que la que habéis disfrutado durante los últimos cuatro años. Tendréis que valeros por vosotros mismos. Y en cuanto a vuestra trascendencia, podéis deducirla con rapidez comparándoos con los casi cinco mil millones de habitantes de nuestro mundo… La ocasión exige, pues, tanta prudencia como fanfarria.
  No os deseo sino felicidad. Pero va a haber también mucha oscuridad y, lo que es peor, horas mortecinas, fruto tanto del mundo exterior como de vuestra propia mente. Había que preveniros, y eso es lo que, con mis pobres medios, he intentado hoy, aunque por supuesto no baste.

  Pues lo que os espera es un notable pero fatigoso camino; es como si hoy estuvierais subiendo a un tren que corre sin freno. Nadie puede saber lo que os espera, y menos aún los que quedamos atrás. Pero lo que sí podemos asegurar es que no se trata de un viaje de ida y vuelta. Bueno será recordar, por lo tanto, que, por muy inhóspita que pueda llegar a ser alguna estación, el tren no se detiene en ninguna para siempre. De modo que nunca os quedaréis estancados, aunque os parezca lo contrario. Porque este lugar se está convirtiendo ya en vuestro pasado. A partir de ahora no hará sino quedar atrás, pues el tren se halla en continuo movimiento. Y seguirá quedando atrás incluso cuando creáis que os habéis quedado estancados. Así que miradlo por última vez, mientras aún conserva su tamaño natural, mientras no se ha convertido aún en fotografía. Miradlo con toda la ternura de que seáis capaces, pues estáis contemplando vuestro pasado. Dad, por así decirlo, un completo repaso a lo bueno. Pues dudo que nunca llegue a serlo tanto como en este momento.

Joseph Brodsky

(Del Dolor y la Razón, editorial Destino, España, 1995)


Sólo para decir

Me comí
las ciruelas
que había
en la nevera

y que
probablemente tú
reservabas
para desayunar

Perdóname
estaban deliciosas
tan dulces
y tan frías

William Carlos Williams

version original
http://www.americanpoems.com/poets/williams/1047


Retrato proletario

Alta grande joven
sin sombrero con delantal

Pelo restirado hacia atrás
en la mitad de la calle parada

Contra el filo de la banqueta menea-
la media puesta- los dedos de un pie

Un zapato en la mano
Lo mira atentamente

Extrae la plantilla de cartón
Busca el clavo
que la lastima.

William Carlos Williams


version original
http://deklynmorris.tripod.com/id30.html

Fragmento de Interviews with William Carlos Williams, edited by Linda Wagner, New Directions, 1976

sobre el poema


WILLIAMS: - El poema es una máquina grande (o pequeña) hecha de palabras. Cuando digo que no hay nada de sentimental en un poema quiero decir que no puede haber parte alguna, como en cualquier otra máquina, que sobre… Su movimiento es intrínseco, ondulante, de carácter físico más que literario. Y así como cada lenguaje tiene su propio carácter, la poesía que engendre será peculiar a este carácter también en su forma intrínseca. El resultado es belleza, lo que en un objeto singular resuelve nuestro complejo sentimiento de propiedad… Cuando un hombre hace un poema, lo hace, ¡adviértalo! Toma las palabras tal como las encuentra interrelacionadas en su medio y las compone –sin distorsiones que mermarían su significado preciso- en una intensa expresión de sus percepciones y experiencias de modo que puedan convertirse en una revelación en el lenguaje que usa. No es lo que él diga lo que cuenta en una obra de arte; es lo que hace, con tal intensidad de percepción que vive con un movimiento intrínseco propio para verificar su autenticidad.
Olvidamos lo que el poema es: un poema es una organización de materiales. Hay que tomar las palabras como Gertrude Stein dijo que debíamos, para hacer poemas. Los poemas son objetos mecánicos hechos de palabras para expresar cierta cosa.

ENTREVISTADOR:- Señor Williams, ¿Podría usted decir simplemente qué es poesía?

- Yo diría que poesía es lenguaje cargado de emoción. Son palabras rítmicamente organizadas… Un poema es un pequeño universo en sí. Existe de modo independiente. Cualquier poema que tenga valor expresa la vida entera del poeta. Da una visión de lo que el poeta es.
Considere este fragmento de un poema de E.E. Cumings, otro gran poeta norteamericano:

(im) c-a-t (mo)
b,i;l:e
FalleA
ps!fl
Oattmbull
sh? dr
IftwhirLF
(UI) (IY)
&&&

- ¿Es esto poesía?

- Yo lo rechazaría como poema. Puede que sea, para él, un poema, pero yo lo rechazaría. No puedo comprenderlo. Él es un hombre serio, de modo que peleé muy duro con ese texto, y no pude encontrarle ningún significado.

- ¿No le encontró ningún significado? Pero he aquí que usted mismo escribió, “2 perdices / 2 patos silvestres / una jaiba desmembrada / 24 horas fuera / del Pacífico / y 2 truchas / congeladas / de Dinamarca…” Ahora bien, esto suena como una lista común de supermercado.

- Es una lista común de supermercado.

- Y bien, ¿es poesía?

- Nosotros los poetas tenemos que hablar un lenguaje que no es el inglés. Es el idioma norteamericano. Rítmicamente está organizado como una muestra del idioma norteamericano. Tiene tanta originalidad como el jazz. Si usted dice, “2 perdices, 2 patos silvestres, una jaiba desmembrada”, si usted trata eso rítmicamente, ignorando su sentido práctico, forma un modelo dentado. Es, a mi entender, poesía.

- Pero si usted no “ignora su sentido práctico”…, ¿estará de acuerdo en que es una lista común de supermercado?

- Sí. Cualquier cosa es buen material para la poesía. Cualquier cosa. Lo he dicho una y otra vez.

- ¿No deberíamos poder entenderlo?

- Hay una diferencia entre la esencia de la poesía y el sentido común de las palabras. Algunas veces los poetas modernos ignoran el sentido por completo. Eso es lo que crea algunas de las dificultades… El público se siente desconcertado por el aspecto de las palabras.

- ¿Pero una palabra no debería significar algo cuando uno la ve?

- En prosa una palabra inglesa significa lo que dice. En poesía uno atiende a dos cosas: uno atiende a su sentido, el sentido común de lo que dice, pero dice más. Ahí está el problema.

El acto

Ahí estaban las rosas, en la lluvia.
No las cortes, le supliqué.
  Mucho no durarán, dijo ella.
Pero están tan hermosas
  donde están.
Bah, todos fuimos hermosos alguna vez, dijo
y las cortó y me las puso
  en la mano.

 

William Carlos Williams

La mosca

Mosquita,
tu juego de estío
destruyó mi mano,
ciega, sin saberlo.

¿No soy una mosca
lo mismo que tú?
¿No eres tú persona
lo mismo que yo?

Yo danzo,
yo bebo y canto,
hasta que una mano
destruya mis alas.

Si pensar es vida,
y fuerza y aliento,
no pensar es muerte.

Entonces yo soy
una feliz mosca,
si vivo,
si muero.


William Blake, Cantos de Experiencia, 1793.

version en idioma original: http://www.portablepoetry.com/poems/william_blake/the_fly.html

Lunes o Martes

Perezosa e indiferente, sacudiendo con facilidad el espacio de sus alas, conocedora de su camino, pasa la garza sobre la iglesia, bajo el cielo. Blanco e indiferente, ensimismado, el cielo cubre y descubre sin cesar, se va y se queda. ¿Un lago? ¡Quítale las orillas! ¿Una montaña? Sí, perfecto, con el oro del sol en las laderas. Cae desde lo alto. Heléchos, o plumas blancas, siempre, siempre… Deseando la verdad, esperándola, destilando laboriosamente unas pocas palabras, deseando siempre (se inicia un grito a la izquierda, otro a la derecha; ruedas golpean divergentes; omnibuses se conglomeran en conflicto), deseando siempre (el reloj asevera con doce claras campanadas que es mediodía; la luz vierte escamas de oro; niños se arremolinan), deseando siempre verdad. Roja es la cúpula; de los árboles cuelgan monedas; el humo sale lento de las chimeneas; ladrido, alarido, grito. «Compro metal»… ¿Y la verdad? Como rayos orientados hacia un punto, pies de hombres, pies de mujeres, negros o con incrustaciones doradas (Esa niebla… ¿Azúcar? No, gracias… La commonwealth del futuro), la luz del fuego salta y deja roja la estancia, salvo las negras figuras y sus ojos brillantes, mientras descargan una camioneta fuera, la señorita Thingummy sorbe té en su mesa escritorio, y las vitrinas protegen abrigos de pieles. Cacareada, leve cual hoja, rizada en los bordes, pasada por las ruedas, plateada, en casa o fuera de casa, reunida, esparcida, derrochada en diferentes platillos de la balanza, barrida, sumergida, desgarrada, hundida, ensamblada… ¿Y la verdad? Recordar ahora junto al fuego del hogar la blanca plaza de mármol. De las profundidades de marfil se alzan palabras que vierten su negrura, florecen y penetran. El libro caído; en la llama, en el humo, en las perecederas chispas; o ya viajando, la bandera en la plaza de mármol, minaretes debajo y mares de la India, mientras los espacios azules corren y las estrellas brillan… ¿la verdad?, o bien, ¿satisfacción con su proximidad? Perezosa e indiferente la garza regresa; el cielo cubre con un velo sus estrellas; las borra luego.

Virginia Woolf, “la casa encantada y otros cuentos”, 1979

Una paloma

D’altri diluvi una colomba ascolto. * 


Giuseppe Ungaretti, 1925.

—————————————–

*De otro diluvio una paloma escucho.

El entierro de los muertos

Abril es el mes más cruel, hace brotar
lilas del interior de la tierra muerta, mezcla
la memoria y el deseo, estremece
las raíces marchitas con lluvia de primavera.
El invierno nos mantuvo calientes, cubriendo
la tierra con nieve de olvido, alimentando
un poco de vida con tubérculos secos.
El verano nos sorprendió, pasando sobre el Starnbergersee
con una cortina de lluvia; hicimos un alto bajo la galería de columnas,
y continuamos a la luz del sol, adentrándonos en el Hofgarten,
y bebimos café, y hablamos durante una hora.
Bin gar keine Russin, stamm’ aus Litauen, echt deutsch1.
Y cuando éramos niños, pasando una temporada donde el archiduque,
donde mi primo, él me sacó en un trineo,
y yo estaba asustado. Él dijo, Marie,
Marie, agárrate fuerte. Y para abajo fuimos.
En las montañas, allí uno se siente libre.
Leo, gran parte de la noche, y voy al sur en invierno.
¿Qué son las raíces que se prenden, qué ramas brotan
de estos escombros minerales? Hijo de hombre,
nada puedes decir, o adivinar, ya que sólo conoces
un montón de imágenes rotas, donde el sol golpea,
y el árbol muerto no ofrece refugio, ni el grillo consuelo,
ni la piedra seca rumor de agua. Sólamente
hay sombra bajo esta roca roja,
(ven bajo la sombra de esta roca roja),
y yo te enseñaré algo diferente, tanto de
tu sombra en la mañana avanzando a tus espaldas
como de tu sombra a la tarde creciendo para encontrarte;
yo te enseñaré el miedo en un puñado de polvo.
Frisch weht der Wind
Der Heimat zu
Mein Irisch Kind,
Wo weilest du?2
“Tú me trajiste jacintos por primera vez hace un año;
ellos me llamaban la chica de los jacintos.”
- Sin embargo cuando regresamos, tarde, del jardín de jacintos,
tus brazos llenos, y tu pelo húmedo, yo no podía
hablar, y los ojos me fallaban, no estaba
ni vivo ni muerto, y no sabía nada,
mirando en el corazón de la luz, el silencio.
Oed’ und leer dar Meer3.
Madame Sosostris, famosa clarividente,
tenía un terrible resfriado, pero de todos modos
es conocida como la mujer más sabia de Europa,
con un mazo de cartas muy mordaz. Aquí, dijo ella,
está tu carta, el Marinero Fenicio ahogado,
(Perlas son estos que fueron sus ojos. ¡Mira!)
aquí está Belladonna, la Señora de las Rocas,
la Señora de las situaciones.
Aquí está el hombre de los tres bastos, y aquí la Rueda,
y aquí está el mercader con un sólo ojo, y esta carta,
que está en blanco, es algo que carga a la espalda,
que me está prohibido ver. No encuentro
al Colgado. Teme la muerte por el agua.
Veo multitudes de gente, dando vueltas en círculo.
Gracias. Si ves a la querida Mrs. Equitone,
dile que yo misma le llevo el horóscopo:
uno debe ser así de cuidadoso hoy en día.
Ciudad irreal,
bajo la niebla ocre de un amanecer de invierno,
una muchedumbre fluía sobre el Puente de Londres, tantos,
no tenía ni idea de que la muerte hubiera destruido tantos,
suspiros, cortos e infrecuentes, eran exhalados,
y cada hombre llevaba los ojos clavados un poco por delante de sus pies.
Fluían colina arriba y bajaban King William Street,
adonde Saint Mary Woolnoth daba las horas
con un sonido muerto en la última campanada de las nueve.
Allí vi a alguien que conocía, y le paré, gritando: “¡Stetson!
¡Tú que estuviste embarcado conmigo en Mylae!
Aquel cadáver que plantaste en tu jardín el año pasado,
¿ha empezado a retoñar? ¿Florecerá este año?
¿O ha perturbado su lecho la helada repentina?
¡Manden al Perro lejos de aquí, ya que es amigo de los hombres,
o con sus uñas volverá a desenterrarlo!
¡Tú! hypocrite lecteur! - mon semblabe, - mon frère!4″

t. s. eliot, La tierra baldía [1923]

1De ninguna manera soy ruso; yo vengo de Lituania, yo soy un auténtico alemán.

2El viento sopla fresco

hacia la patria.

¿Mi muchacha irlandesa,

dónde te estás demorando?

Tristán e Isolda, versos 5-8

3Desolado y vacío el mar.

Tristán e Isolda, verso 24

4¡Hipócrita lector! - ¡Mi igual, mi hermano!

BAUDELAIRE, Prefacio a Las flores del mal

version original con notas
http://www.geocities.com/Hollywood/Studio/3714/TheWasteLand.htm

Una partida de ajedrez

La silla en que estaba sentada, como un bruñido trono,
se reflejaba en el mármol, donde el espejo
de soportes labrados con pámpanos y racimos
entre los cuales un Cupido dorado se asomaba
(otro ocultaba sus ojos bajo el ala)
copiaba las llamas de los candelabros de siete brazos
que arrojaban su luz sobre la mesa mientras
el brillo de sus joyas, desbordando profusamente
de los estuches de raso, subió a su encuentro.
En redomas de marfil y cristal policromo,
destapadas, acechaban sus raros perfumes sintéticos,
ungüentos, en polvo o líquidos -turbando, confundiendo
y ahogando los sentidos en olor; agitados por el aire
fresco que soplaba de la ventana, ascendían,
alimentando las alargadas llamas de las velas,
proyectando sus humos sobre los laquearios,
animando los diseños del artesonado techo.
Enormes leños arrojados por el mar, patinados de cobre,
ardían verdes y anaranjados, en su marco de piedra policroma,
y en su luz mortecina nadaba un delfín tallado.
Sobre la repisa de la chimenea -ventana abierta
a una escena silvestre- estaba representada
la Metamorfosis de Filomela, tan rudamente forzada
por el bárbaro rey; pero aún allí el ruiseñor
llenaba todo el desierto con inviolable voz
y todavía ella lloraba, y aún el mundo persigue
“Tiu Tiu” a oídos sucios.
Y otros tocones marchitos de tiempo
se alzaban en los muros, donde figuras de ojo abiertos
se inclinaban, imponiendo silencio a la estancia.
Se oyeron pasos en a escalera.
Al resplandor del fuego, bajo el cepillo, sus cabellos
se cruzaron en puntos ígneos,
brillaron en palabras y se aquietaron salvajemente.

“Estoy nerviosa esta noche. Muy nerviosa. Quédate conmigo.
Háblame. ¿Por qué nunca hablas ? Habla.
¿Enqué piensas? ¿Qué piensas? ¿Qué?
Nunca sé en qué piensas: Piensas.”

Creo que nos hallamos en la calleja de las ratas
donde los muertos perdieron sus huesos.
“¿Qué ruido es ese?”
El viento bajo la puerta.
“¿Qué ruido es ese ahora? ¿Qué hace el viento?”
Nada, como siempre. Nada.
“¿No
sabes nada? ¿Noves nada? ¿No
te acuerdas
de nada?”
Recuerdo
que esas perlas fueron sus ojos.
¿Estás viva o no ? ¿No hay nada en tu cabeza?
Pero
O O O O ese aire Shakespeaheriano:
es tan elegante
tan inteligente.

¿Qué haré ahora ? ¿Qué haré?
¿Salir tal como estoy y andar por la calle
así sin peinar? ¿Qué haremos mañana?
¿Qué haremos sietnpre?’
Agua caliente a las diez.
Y si llueve, un coche cerrado a las cuatro.
Y jugaremos una partida de ajedrez,
apretando nuestros ojos sin párpados, esperando que
llamen a la puerta.

Cuando licenciaron al marido de Lil, yo dije
y no pesé mis palabras, lo dije sin ambages,
DENSE PRISA POR FAVOR YA ES HORA
Ahora Alberto va a regresar, procura lucir mejor.
Él querrá saber qué hiciste con el dinero que te dio
para arreglarte los dientes. Te lo dio, yo estaba allí:
que te los extraigan todos, Lil, y que te pongan una buena dentadura,
dijo él , juro que no puedo soportar mirarte.
Y yo tampoco, dije yo; piensa en el pobre Alberto,
que ha estado en el ejército durante cuatro años, quiere divertirse,
y si no lo hace contigo, ya encontrara otras, dije yo.
Entonces ya sé a quién agradecérselo, dijo ella, mirándome fijamente.
DENSE PRISA POR FAVOR YA ES HORA
Si esto no te gusta, lo mismo da, dije yo.
Otras se aprovecharán si tú no puedes.
Pero si Alberto se marcha, no podrás decir que no te han avisado.
Deberías avergonzarte, dije, de parecer tan vieja
(y no tiene más que treinta y un años)
no es culpa mía, dijo, poniendo cara triste.
Son esas pildoras que tomé para abortar, dijo.
(Ha tenido cinco ya, y casi se muere en el parto de Jorge.)
El boticario me dijo que no sería nada, pero nunca he vuelto a ser la misma.
Eres una tonta de capirote, dije yo.
Bueno, si Alberto no te suelta, no puedes quejarte, dije.
Por qué te casaste si no te gustan los niños?

DENSE PRISA POR FAVOR YA ES HORA
Bueno, aquel domingo Alberto estaba en casa, tenían jamón,
me invitaron a cenar para que saboreara el jamón caliente.
DENSE PRISA POR FAVOR YA ES HORA
DENSE PRISA POR FAVOR YA ES HORA
Buenas noches, Bill. Buenas noches, Lou. Buenas noches,
May. Buenas noches.
Adiós, adiós. Buenas noches. Buenas noches.
Buenas noches, señoras, buenas noches, adorables señoras,
buenas noches, buenas noches.

t. s. eliot, The Waste Land, 1922.

Borges

Las obras sucesivas de un escritor son como las ciudades que se construyen sobre las ruinas de las anteriores: aunque nuevas prolongan cierta inmortalidad, asegurada por leyendas antiguas, por hombres de la misma raza, por las mismas puestas de sol, por pasiones semejantes, por ojos y rostros que retornan.

Cuando se hace una excavación en la obra de Jorge Luis Borges, aparecen fósiles dispares: manuscritos de heresiarcas, naipes de truco, Quevedo y Stevenson, letras de tango, demostraciones matemáticas, Lewis Carroll, aporías eleáticas, Franz Kafka, laberintos cretenses, arrabales porteños, Stuart Mill, de Quincy y guapos de chambergo requintado. La mezcla es aparente: son siempre las mismas ocupaciones metafísicas, con diferente ropaje: un partido de truco puede ser la inmortalidad, una biblioteca puede ser el eterno retorno, un compadrito de Fray Bentos justifica a Hume. A Borges le gusta confundir al lector: uno cree estar leyendo un relato policial y de pronto se encuentra con Dios o con el falso Basílides.

Las causas eficientes de la obra borgiana son, desde el comienzo, las mismas. Parece que en los relatos que forman Ficciones la materia ha alcanzado su forma perfecta y lo potencial se ha hecho actual. La influencia que Borges ha ido teniendo sobre Borges parece insuperable. ¿Estará destinado, de ahora en adelante, a plagiarse a sí mismo?

En el prólogo a La invención de Morel, Borges se queja de que en las novelas llamadas psicológicas la libertad se convierte en absoluta arbitrariedad: asesinos que matan por piedad, enamorados que se separan por amor; y arguye que sólo en las novelas llamadas de aventuras existe el rigor. Creo que esto es cierto, pero no puede ser aceptado como una crítica: a lo más, es una definición. Sólo en ciertas novelas de aventuras —preferentemente en las policiales, inauguradas por Poe— existe ese rigor que se puede lograr mediante un sistema de convenciones simples, como en una geometría o en una dinámica; pero ese rigor implica la supresión de los caracteres verdaderamente humanos. Si en la realidad humana hay una Trama o Ley, debe ser infinitamente compleja para que pueda ser aparente.

La necesidad y el rigor son atributos de la lógica y de la matemática. Pero ¿cómo ha de ser posible aplicarlos a la psicología si ni siquiera son aptos para aprehender la realidad física? Como dice Russell, la física es matemática no porque sepamos mucho del mundo exterior sino porque lo que sabemos es demasiado poco.

Si se comparan algunos de los laberintos de Ficciones con los de Kafka, se ve esta diferencia: los de Borges son de tipo geométrico o ajedrecístico y producen una angustia intelectual, como los problemas de Zenón, que nacen de una absoluta lucidez de los elementos puestos en juego; los de Kafka, en cambio, son corredores oscuros, sin fondo, inescrutables, y la angustia es una angustia de pesadilla, nacida de un absoluto desconocimiento de las fuerzas en juego. En los primeros hay elementos a-humanos, en los segundos los elementos son simplemente humanos. El detective Erik Lönnrot no es un ser de carne y hueso: es un títere simbólico que obedece ciegamente —o lúcidamente, es lo mismo— a una Ley Matemática; no se resiste, como la hipotenusa no puede resistirse a que se demuestre con ella el teorema de Pitágoras; su belleza reside, justamente, en que no puede resistir. En Kafka hay también una Ley inexorable, pero infinitamente ignorada; sus personajes se angustian porque sospechan la existencia de algo, se resisten como se resiste uno en las pesadillas nocturnas, luchan contra el Destino; su belleza está, justamente, en esa resistencia que es vana.

También se podría decir que Borges hace álgebra, no aritmética (como pasa con el Teste o el Leonardo de Valéry). El memorioso de Fray Bentos podía ser de Calcuta o de Dinamarca. Induce a error la necesidad —inevitable, por convención literaria— de dar nombres precisos a los personajes y lugares. Se ve que Borges siente esta limitación como una falla. No pudiendo llamar alfa, ene o kappa a sus personajes, los hace lo menos locales posible: prefiere remotos húngaros y, en este último tiempo, abundantes escandinavos.

La escuela de Viena asegura que la metafísica es una rama de la literatura fantástica. Esta afirmación pone de mal humor a los meta-físicos y de excelente ánimo a Borges: los juegos metafísicos abundan en sus libros. En rigor, creo que todo lo ve Borges bajo especie metafísica: ha hecho la ontología del truco y la teología del crimen orillero; las hipóstasis de su Realidad, suelen ser una Biblioteca, un Laberinto, una Lotería, un Sueño, una Novela Policial; la historia y la geografía son meras degradaciones espacio-temporales de alguna eternidad regida por un Gran Bibliotecario.

En Tres versiones de Judas, Borges nos dice —y le creemos— que para Nils Runeberg, su interpretación de Judas fue la clave que descifra un misterio central de la teología, fue motivo de soberbia, de júbilo y de terror: justificó y desbarató su vida. Podemos agregar: también por ella, quizá, habría aceptado la hoguera.

Para Borges, en cambio, esas tesis son “ligeros ejercicios inútiles de la negligencia o de la blasfemia”. Con la misma alegría —o con la misma tristeza, que da la falta de cualquier fe— Borges enunciará la tesis de Runeberg y la contraria, la defenderá o la refutará y, naturalmente, no aceptará la hoguera ni por una ni por otra. Borges admira al hombre capaz de todas las opiniones, lo que equivale a cierta especie de monismo. Alguna vez planeó un cuento en que un teólogo lucha toda su vida contra un heresiarca, lo refuta y finalmente lo hace quemar: después de muerto, ve que el heresiarca y él forman una sola persona. También Judas refleja de alguna manera a Jesús. Pero tampoco se dejaría quemar Borges por este monismo, porque también es dualista y pluralista.

La teología de Borges es el juego de un descreído y es motivo de una hermosa literatura. ¿Cómo explicar, entonces, su admiración por Léon Bloy? ¿No admirará en él, nostálgicamente, la fe y la fuerza? Siempre me ha llamado la atención que admire a compadres y a guapos de facón en la cintura.

Por eso planteo estas cuestiones:

¿Le falta una fe a Borges?

¿No estarán condenados a algún Infierno los que descreen?

¿No será Borges ese Infierno?

A usted, Borges, heresiarca del arrabal porteño, latinista del lunfardo, suma de infinitos bibliotecarios hipostáticos, mezcla rara de Asia Menor y Palermo, de Chesterton y Carriego, de Kafka y Martín Fierro; a usted, Borges, lo veo ante todo como un Gran Poeta.

Y luego, así: arbitrario, genial, tierno, relojero, débil, grande, triunfante, arriesgado, temeroso, fracasado, magnífico, infeliz, limitado, infantil e inmortal.

 

Ernesto Sábato, “Uno y el Universo”, 1968.

Los huéspedes…

Los huéspedes no están. Sobre la mesa
el vino sangra todavía. Duele
la carne cortajeada, el abandono,
de la carne sobrante, negra y seca,
que la grasa comprime. En la cocina,
las ollas varicosas, los manteles,
se mezclan con botellas y cubiertos,
y hay un olor confuso a estopa hervida,
a sudor vegetal, a paz quebrada
por un atolondrado vino fino
de almidón y vapores de colonia.

Han andado los huéspedes. Aún brillan
sus gemelos hinchados, aún rebotan
sus pisadas de cera en los roperos,
en el baño, detrás de las toallas,
frente al terror dental de los cepillos,
y hay trozos aún de charla en la quemada
sabiduría de los ceniceros.
La calma se adelanta. Va a mi encuentro.
Me observa con piedad y, titubeando,
se instala en la caverna de mi pulso
que ha retomado la frescura. Creo
que ninguno me habló de las abejas,
de lo que siempre espero que me hablen.

Roberto Themis Speroni, 1964.

Luego nos disculpamos de la lluvia…

Luego nos disculpamos de la lluvia,
Le pedimos perdón a las hornallas;
Acariciamos a los delicados
Anteojos de la abuela; le quitamos
El polvo a las cerezas, incluimos
En nuestro afecto a quien nos quitó el viento,
Nos despojó del agua, y de la puerta,
Nos ultrajó la calle del verano.

Le damos nuestra manos a todo el mundo,
Le ahuyentamos el odio, le decimos
Donde el vino es mejor, donde se compran
Los trajes de la luz, las golondrinas.
 
Le regalamos cajas olorosas
Para guardar cántaros del alba;
Le obsequiamos tocino, municiones,
Juguetes de barniz, nubes en frasco,
Todo lo que podemos, lo que apenas
Tenemos en el fondo del armario
Pero son insaciables, lo comprendo:
Quieren que nuestra sangre se derrame,
Que brinque por allí, que se retuerza
Imitando a un herido cuadrumano,
A una cruz campesina, lacerada
Por la voracidad de los que aguardan.
 
Quieren la vida, y el amor, y el canto:
Apenas lo que alcanza para un día.
 

Roberto Themis Speroni

 22-4-1964


Entierro en casa

La vio desde el pie de la escalera
Antes de que ella lo viera. Ella empezaba a bajar
Volviendo hacia atrás la cabeza para mirar algo que le daba miedo.
Dio un paso titubeante y luego otro, hacia atrás,
Para empinarse y volver a mirar. Él le habló,
Adelantándose: “Qué es lo que ves
Siempre desde ahí arriba? Quiero saberlo”.
Ella giró y cayó sobre sus enaguas al oírle decir eso
Y su cara del terror pasó al embotamiento.
Para ganar tiempo, el volvió a preguntar: “¿Qué es lo que ves?”
Subiendo hasta que ella quedó junto a sus pies.
“Ahora lo voy a averiguar. Tienes que decírmelo, querida”.
Ella, sin moverse, le negaba toda ayuda,
Con un mínimo de rigidez en el cuello y el silencio.
Le dejó mirar, segura de que no vería nada,
Pobre ciego; y por un momento, nada vio.
Pero al fin murmuró”Oh” y, de nuevo, “Oh”.
“¿Qué es eso? ¿Qué?” –ella le preguntó.
“Nada más que lo que veo”.
“No ves nada” –lo contradijo. “Dime qué es lo que ves”.
“Lo asombroso es que no lo vi enseguida.
Nunca lo había notado antes, desde aquí.
Debo haberme acostumbrado: esa es la causa.
¡El pequeño cementerio donde los míos están!
Tan chico que la ventana lo enmarca en su totalidad.
No es mucho más grande que un dormitorio, ¿verdad?
Hay tres lápidas de pizarra y una de mármol,
Lajas chicas pero de hombros altos, ahí al sol,
En la ladera de la montaña. No tenemos que preocuparnos por ellas.
Pero, comprendo: no se trata de las lápidas
Sino del túmulo del niño…”
“Basta, basta, basta” –
ella le gritó.
Y le esquivó, encogiéndose para escapar de su brazo
Que descansaba sobre la baranda, y se deslizó escaleras abajo;
Y se volvió hacia él con una mirada tan intimidante
Que le hizo decir dos veces antes de recobrar su aplomo:
“¿Acaso un hombre no puede hablar de su propio hijo muerto?”
“¡Tú no! ¡Ay! Dónde está mi sombrero. ¡Oh! ¡No me hace falta!
Tengo que salir de aquí. Tengo que tomar un poco de aire.
No sé a ciencia cierta si algún hombre puede.”.
“¡Amy! No te vayas a ver a otros con este tiempo.
Escúchame. No voy a bajar la escalera”.
Se sentó, con el mentón sostenido entre los puños.
“Hay algo que me gustaría preguntarte, amor mío”.
“Y no sabes cómo preguntármelo”.
“Ayúdame, pues”.
Por toda respuesta los dedos de ella movieron el cerrojo.
“Mis palabras resultan casi siempre ofensivas.
No sé cómo hacer para mencionar cualquier cosa
De modo que no te desagrade. Pero, podría aprenderlo,
Me lo supongo. No puedo decir que yo vea cómo.
Un hombre debe en parte renunciar a ser hombre
Con las mujeres. Podríamos hacer un arreglo,
Comprometiéndome ciegamente a no tocar
Nada especial que me quieras indicar.
Por más que no me gustan esas cosas cuando hay amor.
Dos que no se quieren no pueden vivir juntos sin ellas.
Pero dos que se quieren no pueden vivir juntos con ellas”.
Ella movió el cerrojo un poquito. “No, no te vayas.
No les vayas, esta vez, con eso a otros.
Dime si se trata de algo humano.
Déjame entrar en tus cuitas. No soy tan diferente
De los demás como parece indicarlo
Que te quede ahí, aparte. Dame mi oportunidad.
Pero creo, sí, que exageras un tanto.
Qué es lo que te llevó a pensar que correspondía
Tomar tu pérdida materna de un primer hijo
Tan inconsolablemente… frente al amor.
Parece que pensaras que su memoria pudiera quedar satisfecha…”
“¡Ya estás burlándote de mí!”
“¡Nada de eso, no!
Me empiezo a enojar. Ya bajo hacia ti.
Dios mío, qué mujer. Y que haya llegado a esto,
A que un hombre no pueda hablar de su propio hijo que se le murió”.
“No puede hacerlo porque no sabes cómo.
Si te quedara algo de sentimientos, a ti que cavaste
Con tus propias manos –¿Cómo pudiste hacerlo? – su pequeña fosa;
Te vi desde esa ventana que está ahí, ahí,
Haciendo que las piedras saltaran por el aire, más y más,
Que saltaran así, así, para caer muy suavemente
Y rodar por el montículo junto al agujero.
Me pregunté: ¿Quién es ese hombre? No te conocía.
Y me deslicé escaleras abajo y arriba
Para observar de nuevo y aún tu pala seguía en acción.
Después, entraste. Oí que sonaba tu voz retumbante,
Allá en la cocina, y no se por qué,
Pero me acerqué para ver con mis propios ojos.
Podías estarte sentado allí con los zapatos manchados
Por la tierra húmeda de la tumba de tu hijito
Y seguir hablando de tus preocupaciones de todos los días.
Habías dejado apoyada la pala contra la pared,
Allá en la entrada, porque la vi”.
“Voy a reír con la peor risa que haya reído.
Maldito estoy. Dios mío, vaya si creo que estoy maldito”.
“Puedo repetir las palabras exactas que estabas diciendo:
Tres mañanas brumosas y un día de lluvia
Harán que se pudra el mejor cedro de abedul que se pueda construir”.
¡Qué descaro! ¡Semejante tema para un momento así!
¿Qué tenía que ver lo que le lleva a un abedul pudrirse
Con lo que había en la sala a oscuras?
¡No podías preocuparte! Que los amigos más íntimos pueden ir
Con cualquiera a la muerte, se queda tan corto
Que igual podrían no tratar de ir en absoluto.
La verdad es que desde el momento que se enferma de muerte,
Se está en la soledad y se muere aún más solo.
Los amigos simulan seguir hasta la tumba,
Mas ya antes de que uno esté en ella se ponen a pensar en otra cosa
Y sacando todo el partido posible de su camino de vuelta a la vida
Y de los que han quedado vivos y de las cosas que entienden.
Pero el mundo es malvado. No he de soportar un dolor así,
Si puedo impedirlo. ¡Claro que no lo voy a soportar!”.
“Bueno, ya lo has dicho todo y te sientes mejor.
Ahora ya no vas a salir. Estás llorando. Cierra la puerta.
El corazón se ha librado de eso: ¿Para qué insistir?
¡Amy! ¡Alguien viene acercándose por el camino!”.
“Tú… ay, tú piensas que lo que se dice es todo. Tengo que salir
De esta casa, irme a otra parte. Cómo puedo hacer que tú…”
¡Si- lo-haces! Ella había abierto la puerta un poco más.
“¿A dónde te propones ir? Empieza por decírmelo.
Te seguiré y te traeré a la fuerza. ¡Lo haré…!”

Robert Frost

versión en idioma original:
http://www.bartleby.com/118/6.html


Reparación del muro

Hay algo que no siente amor por un muro,
que envía la hinchazón del suelo helado abajo
y desparrama las piedras de arriba al sol,
dejando huecos por los que hasta dos pueden pasar de frente.
El trabajo de cazadores es otra cosa:
he llegado después de ellos para arreglar los desperfectos
donde no han dejado piedra sobre piedra
porque querían que el conejo saliera de su escondite
a fin de complacer la excitada jauría. Hablo de los huecos
que nadie les vio ni les oyó hacer
pero que al llegar el tiempo de los arreglos, en primavera, ahí hallamos.
Se lo hago saber al vecino que tengo más allá de la colina;
y en un día convenido nos reunimos para recorrer el límite
y levantar, una vez más, el muro que nos separa.
Cada uno se mantiene de su lado del muro mientras avanzamos:
A cada uno las piedras que le han caído a cada uno.
Y unas son cuadradas y otras se parecen tanto a bolas
que hemos de usar un conjunto para que se estén en equilibrio:
“¡Quédate donde estás hasta que volvamos las espaldas!”
Los dedos se nos ponen ásperos, de tanto tocarlas.
¡Oh! Sólo es otra clase de juego al aire libre,
uno a cada lado. Es poco más que esto:
ahí donde está no nos hace falta el muro:
lo de él es todo pinos y lo mío, manzanos.
Le digo que mis manzanas no se van a cruzar
para engullir las piñas que hay bajo sus pinos.
Él sólo me dice: “Los buenos cercos hacen buenos vecinos”.
La Primavera es el diablo que anda en mí, y me pregunto
si podría meterle una idea en la cabeza:
“¿Por qué es que hacen buenos vecinos? ¿No es eso
donde hay vacas? Pero, aquí no las hay.
Antes de levantar un muro me gustaría saber
qué es lo que dejo de un lado y qué, lo que queda al otro,
y a quién podría ser que le causara daño.
Hay algo que no siente amor por un muro,
que quiere que caiga. Yo podría hablarle de duendes,
pero no se trata de eso, precisamente, y me gustaría más
que fuera él quien, por su parte, lo dijera. Lo veo ahí,
trayendo firmemente, agarradas de arriba, un par de piedras,
una en cada mano, como un salvaje armado de la Edad de Piedra.
Se mueve entre sombras, eso me parece,
no sólo del bosque, a la sombra de árboles.
No quiere darle vueltas al refrán de su padre.
Y prefiere, tras juzgarlo tan bueno,
decirme de nuevo: “Los buenos cercos hacen buenos vecinos”.

 Robert Frost, North of Boston, 1915.

 versión en idioma original: http://www.writing.upenn.edu/~afilreis/88/frost-mending.html


Fuga de la muerte

Negra leche del alba la bebemos de tarde
la bebemos a mediodía de mañana la bebemos de noche
bebemos y bebemos
cavamos la fosa en los aires no se yace allí estrecho
Vive un hombre en la casa que juega con las serpientes que escribe
que escribe al oscurecer a Alemania tu pelo de oro Margarete
lo escribe y sale de la casa y brillan las estrellas silba a sus mastines
silba a sus judíos hace cavar una fosa en la tierra
nos ordena tocad a danzar

Negra leche del alba te bebemos de noche
te bebemos de mañana a mediodía te bebemos de tarde
bebemos y bebemos
Vive un hombre en la casa que juega con las serpientes que escribe
que escribe al oscurecer a Alemania tu pelo de oro Margarete
Tu pelo de ceniza Sulamit cavamos una fosa en los aires no se yace allí estrecho

Gritad hincad los unos más hondo en la tierra los otros cantad y tocad
agarra el hiero del cinto lo blande son sus ojos azules
hincad los unos más hondo las palas los otros seguid tocando a danzar

Negra leche del alba te bebemos de noche
te bebemos de mañana a mediodía te bebemos de tarde
bebemos y bebemos
Vive un hombre en la casa tu pelo de oro Margaret
tu pelo ceniza Sulamit juega con las serpientes

Grita que suene más dulce la muerte la muerte es un Maestro Alemán
grita más oscuro el tañido de los violines así subiréis como humo en el aire
así tendréis una fosa en las nubes no se yace allí estrecho
Negra leche del alba te bebemos de noche
te bebemos a mediodía la muerte es un Maestro Alemán
te bebemos de tarde y mañana bebemos y bebemos
la muerte es un Maestro Alemán su ojo es azul
él te alcanza con bala de plomo su blanco eres tú
vive un hombre en la casa tu pelo de oro Margarete
azuza sus mastines a nosotros nos regala una fosa en el aire
juega con las serpientes y sueña la muerte es un Maestro Alemán
tu pelo de oro Margarete
tu pelo de ceniza Sulamit

Paul Celan, 1952

Traducción José Luis Reina Palazón

version original
http://www.celan-projekt.de/todesfuge-deutsch.html


Cenotafio

Esparce tus flores, forastero, espárcelas sin miedo:
tú las haces llegar a las profundidades,
a los jardines.

El que aquí debiera yacer, no yace
en parte alguna. Pero yace el mundo a su lado.
El mundo que sus ojos abrió
ante tan diversa floración.

Él, sin embargo, que percibió ciertas cosas,
se puso de parte de los ciegos:
anduvo y recogió demasiado:
recogió el perfume –
y quienes lo vieron no se lo perdonaron.

Entonces se fue y bebió una insólita gota:
la mar.
Los peces –¿acudieron a su lado los peces?

Paul Celan, De umbral en umbral (Von schwelle zu schwelle), 1955.

Traducción de José Luis Reina Palazón


De viaje

Hay una hora que hace del polvo tu escolta,
de tu casa en París, lugar de sacrificio de tus manos,
de tu ojo negro, el más negro ojo.Hay una estancia donde un tiro de caballos se detiene para tu corazón.
Tu cabello quisiera ondear en el viento cuando te vas, eso le está prohibido –
los que se quedan y hacen signos de adiós no lo saben.

Paul Celan, Amapola y Memoria (Mohn und Gedächtnis), 1952.

Traducción José Luis Reina Palazón


Espantapájaros 19

¿Que las poleas ya no se contentan con devorar millares y millares de dedos meñiques? ¿Que las máquinas de coser amenazan zurcirnos hasta los menores intersticios? ¿Que la depravación de las esferas terminará por degradar a la geometría?
Es bastante intranquilizador —sin duda alguna— comprobar que no existe ni una hectárea sobre la superficie de la tierra que no encubra cuatro docenas de cadáveres; pero de allí a considerarse una simple carnaza de microbios… a no concebir otra aspiración que la de recibirse de calavera…
Lo cotidiano podrá ser una manifestación modesta dejo absurdo, pero aunque Dios —reencarnado en algún sacamuelas— nos obligara a localizar todas nuestras esperanzas en los escarbadientes, la vida no dejaría de ser, por eso, una verdadera maravilla.
¿Qué nos importa que los cadáveres se descompongan con mucha más facilidad que los automóviles? ¿Qué nos importa que familias enteras —¡llenas de señoritas!— fallezcan por su excesivo amor a los hongos silvestres?…
El solo hecho de poseer un hígado y dos riñones ¿no justificaría que nos pasáramos los días aplaudiendo a la vida y a nosotros mismos? ¿Y no basta con abrir los ojos y mirar, para convencerse que la realidad es, en realidad, el más auténtico de los milagros?
Cuando se tienen los nervios bien templados, el espectáculo más insignificante —una mujer que se detiene, un perro que husmea una pared— resulta algo tan inefable… es tal el cúmulo de coincidencias, de circunstancias que se requieren —por ejemplo— para que dos moscas aterricen y se reproduzcan sobre una calva, que se necesita una impermeabilidad de cocodrilo para no sufrir, al comprobarlo, un verdadero síncope de admiración.
De ahí ese amor, esa gratitud enorme que siento por la vida, esas ganas de lamerla constantemente, esos ímpetus de prosternación ante cualquier cosa… ante las estatuas ecuestres, ante los tachos de basura…
De ahí ese optimismo de pelota de goma que me hace reír, a carcajadas, del esqueleto de las bicicletas, de los ataques al hígado de los limones; esa alegría que me incita a rebotar en todas las fachadas, en todas las ideas, a salir corriendo —desnudo!— por los alrededores para hacerles cosquillas a los gasómetros… a los cementerios….
Días, semanas enteras, en que no logra intranquilizarme ni la sospecha de que a las mujeres les pueda nacer un taxímetro entre los senos.
Momentos de tal fervor, de tal entusiasmo, que me lo encuentro a Dios en todas partes, al doblar las esquinas, en los cajones de las mesas de luz, entre las hojas de los libros y en que, a pesar de los esfuerzos que hago por contenerme, tengo que arrodillarme en medio de la calle, para gritar con una voz virgen y ancestral:
“¡Viva el esperma… aunque yo perezca!”


Oliverio Girondo, Espantapájaros (al alcance de todos), 1932.

Exvoto

las chicas de Flores

Las chicas de Flores tienen los ojos dulces, como las almendras azucaradas de la Confitería del Molino, y usan moños de seda que les liban las nalgas en un aleteo de mariposa.

Las chicas de Flores se pasean tomadas de los brazos, para transmitirse sus estremecimientos, y si alguien las mira en las pupilas, aprietan las piernas, de miedo de que el sexo se les caiga en la vereda.

Al atardecer, todas ellas cuelgan sus pechos sin madurar del ramaje de hierro de los balcones, para que sus vestidos se empurpuren al sentirlas desnudas, y de noche, a remolque de sus mamás –empavesadas como fragatas– van a pasearse por la plaza, para que los hombres les eyaculen palabras al oído, y sus pezones fosforescentes se enciendan y se apaguen como luciérnagas.

Las chicas de Flores viven en la angustia de que las nalgas se les pudran como manzanas que se han dejado pasar, y el deseo de los hombres las sofoca tanto, que a veces quisieran desembarazarse de él como de un corsé, ya que no tienen el coraje de cortarse el cuerpo a pedacitos y arrojárselo a todos los que les pasan la vereda.

Buenos Aires, octubre, 1920

Oliverio Girondo, Veinte poemas para ser leídos en el tranvía.

La autopsia

Entonces se descubrió que el oro enraizado del olivo se había infiltrado hasta las hojas del corazón.
 

Y a fuerza de velar, en espera del alba, cerca del candelabro, un extraño ardor se apoderó de sus entrañas.
 

Apenas debajo de la piel, la línea azulada del horizonte intensamente coloreada. Y abundantes vestigios glaucos en la sangre.
 

Los gritos de los pájaros, asimilados en horas de mucha soledad, habían irrumpido al parecer todos juntos, tanto que al cuchillo le fue difícil avanzar en profundidad.
 

Más bien la intención le bastó al Mal,
 

Que él enfrentó –es visible– en la actitud de pavor del inocente. Abierto los ojos, altivos y todo el bosque vibrando aún sobre su retina inmaculada.
 

En el encéfalo nada, apenas un eco celeste, destruido.

 
Y solo en la cavidad de la oreja izquierda, un poco de fina, impalpable arena, como en las caracolas. Eso prueba que muchas veces había caminado junto al mar, completamente solo, con la congoja del amor y el clamor del viento.

 
En cuanto a esas escamas de fuego en el pubis, muestran con evidencia, que avanzaba largas horas en el tiempo, cada vez que poseía a una mujer.

 
Tendremos frutos prematuros este año.

 
 

Odysseas Elytis, Seis y un remordimientos para el cielo, Ed. Argonauta, 1983.

 Traducción directa del griego por Nina Anghelidis con la colaboración de Nicolás Cócaro