Ella avanza en bicicleta
junto a un canal muerto
recitando los versos de Carducci
que aprendió la semana pasada en la escuela
en este canal cuando yo era joven
las barcazas cruzaban tan juntas
era como un beso...
John Berger, Cuatro postales
Ella avanza en bicicleta
junto a un canal muerto
recitando los versos de Carducci
que aprendió la semana pasada en la escuela
en este canal cuando yo era joven
las barcazas cruzaban tan juntas
era como un beso...
John Berger, Cuatro postales
Pero en la noche ves tu arroz y tus frijoles fritos,
con una cuajada fresca, y una tortilla caliente,
o un plátano asado,
los comés sin guardasepaldas.
Y tu jícara de tiste no la prueba primero un ayudante.
Y después tocás si querés en tu guitarra una canción ranchera,
y no dormís rodeado de reflectores y alambradas y torreones.
Ernesto Cardenal, Epigramas, 1950-1956
Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé!
César Vallejo, 1918
Octavio Paz, El girasol, 1943-1948.
Conferencia de graduación pronunciada en Darmouth College, en julio de 1989.
But should you fail to keep your kingdom
And, like your father before you come
Where thought accuses and feeling mocks,
"Believe your pain"
( W.H.Auden, The Sea and The Mirror)
Pues lo que os espera es un notable pero fatigoso camino; es como si hoy estuvierais subiendo a un tren que corre sin freno. Nadie puede saber lo que os espera, y menos aún los que quedamos atrás. Pero lo que sí podemos asegurar es que no se trata de un viaje de ida y vuelta. Bueno será recordar, por lo tanto, que, por muy inhóspita que pueda llegar a ser alguna estación, el tren no se detiene en ninguna para siempre. De modo que nunca os quedaréis estancados, aunque os parezca lo contrario. Porque este lugar se está convirtiendo ya en vuestro pasado. A partir de ahora no hará sino quedar atrás, pues el tren se halla en continuo movimiento. Y seguirá quedando atrás incluso cuando creáis que os habéis quedado estancados. Así que miradlo por última vez, mientras aún conserva su tamaño natural, mientras no se ha convertido aún en fotografía. Miradlo con toda la ternura de que seáis capaces, pues estáis contemplando vuestro pasado. Dad, por así decirlo, un completo repaso a lo bueno. Pues dudo que nunca llegue a serlo tanto como en este momento.
Joseph Brodsky
(Del Dolor y la Razón, editorial Destino, España, 1995)
Me comí
las ciruelas
que había
en la nevera
y que
probablemente tú
reservabas
para desayunar
Perdóname
estaban deliciosas
tan dulces
y tan frías
William Carlos Williams
version original
http://www.americanpoems.com/poets/williams/1047
Ahí estaban las rosas, en la lluvia.
No las cortes, le supliqué.
Mucho no durarán, dijo ella.
Pero están tan hermosas
donde están.
Bah, todos fuimos hermosos alguna vez, dijo
y las cortó y me las puso
en la mano.
William Carlos Williams
Luego nos disculpamos de la lluvia,
Le pedimos perdón a las hornallas;
Acariciamos a los delicados
Anteojos de la abuela; le quitamos
El polvo a las cerezas, incluimos
En nuestro afecto a quien nos quitó el viento,
Nos despojó del agua, y de la puerta,
Nos ultrajó la calle del verano.
Le damos nuestra manos a todo el mundo,
Le ahuyentamos el odio, le decimos
Donde el vino es mejor, donde se compran
Los trajes de la luz, las golondrinas.
Le regalamos cajas olorosas
Para guardar cántaros del alba;
Le obsequiamos tocino, municiones,
Juguetes de barniz, nubes en frasco,
Todo lo que podemos, lo que apenas
Tenemos en el fondo del armario
Pero son insaciables, lo comprendo:
Quieren que nuestra sangre se derrame,
Que brinque por allí, que se retuerza
Imitando a un herido cuadrumano,
A una cruz campesina, lacerada
Por la voracidad de los que aguardan.
Quieren la vida, y el amor, y el canto:
Apenas lo que alcanza para un día.
Roberto Themis Speroni
22-4-1964
Robert Frost
versión en idioma original:
http://www.bartleby.com/118/6.html
Hay algo que no siente amor por un muro,
que envía la hinchazón del suelo helado abajo
y desparrama las piedras de arriba al sol,
dejando huecos por los que hasta dos pueden pasar de frente.
El trabajo de cazadores es otra cosa:
he llegado después de ellos para arreglar los desperfectos
donde no han dejado piedra sobre piedra
porque querían que el conejo saliera de su escondite
a fin de complacer la excitada jauría. Hablo de los huecos
que nadie les vio ni les oyó hacer
pero que al llegar el tiempo de los arreglos, en primavera, ahí hallamos.
Se lo hago saber al vecino que tengo más allá de la colina;
y en un día convenido nos reunimos para recorrer el límite
y levantar, una vez más, el muro que nos separa.
Cada uno se mantiene de su lado del muro mientras avanzamos:
A cada uno las piedras que le han caído a cada uno.
Y unas son cuadradas y otras se parecen tanto a bolas
que hemos de usar un conjunto para que se estén en equilibrio:
“¡Quédate donde estás hasta que volvamos las espaldas!”
Los dedos se nos ponen ásperos, de tanto tocarlas.
¡Oh! Sólo es otra clase de juego al aire libre,
uno a cada lado. Es poco más que esto:
ahí donde está no nos hace falta el muro:
lo de él es todo pinos y lo mío, manzanos.
Le digo que mis manzanas no se van a cruzar
para engullir las piñas que hay bajo sus pinos.
Él sólo me dice: “Los buenos cercos hacen buenos vecinos”.
La Primavera es el diablo que anda en mí, y me pregunto
si podría meterle una idea en la cabeza:
“¿Por qué es que hacen buenos vecinos? ¿No es eso
donde hay vacas? Pero, aquí no las hay.
Antes de levantar un muro me gustaría saber
qué es lo que dejo de un lado y qué, lo que queda al otro,
y a quién podría ser que le causara daño.
Hay algo que no siente amor por un muro,
que quiere que caiga. Yo podría hablarle de duendes,
pero no se trata de eso, precisamente, y me gustaría más
que fuera él quien, por su parte, lo dijera. Lo veo ahí,
trayendo firmemente, agarradas de arriba, un par de piedras,
una en cada mano, como un salvaje armado de la Edad de Piedra.
Se mueve entre sombras, eso me parece,
no sólo del bosque, a la sombra de árboles.
No quiere darle vueltas al refrán de su padre.
Y prefiere, tras juzgarlo tan bueno,
decirme de nuevo: “Los buenos cercos hacen buenos vecinos”.
Robert Frost, North of Boston, 1915.
versión en idioma original: http://www.writing.upenn.edu/~afilreis/88/frost-mending.html
Negra leche del alba la bebemos de tarde
la bebemos a mediodía de mañana la bebemos de noche
bebemos y bebemos
cavamos la fosa en los aires no se yace allí estrecho
Vive un hombre en la casa que juega con las serpientes que escribe
que escribe al oscurecer a Alemania tu pelo de oro Margarete
lo escribe y sale de la casa y brillan las estrellas silba a sus mastines
silba a sus judíos hace cavar una fosa en la tierra
nos ordena tocad a danzar
Negra leche del alba te bebemos de noche
te bebemos de mañana a mediodía te bebemos de tarde
bebemos y bebemos
Vive un hombre en la casa que juega con las serpientes que escribe
que escribe al oscurecer a Alemania tu pelo de oro Margarete
Tu pelo de ceniza Sulamit cavamos una fosa en los aires no se yace allí estrecho
Gritad hincad los unos más hondo en la tierra los otros cantad y tocad
agarra el hiero del cinto lo blande son sus ojos azules
hincad los unos más hondo las palas los otros seguid tocando a danzar
Negra leche del alba te bebemos de noche
te bebemos de mañana a mediodía te bebemos de tarde
bebemos y bebemos
Vive un hombre en la casa tu pelo de oro Margaret
tu pelo ceniza Sulamit juega con las serpientes
Grita que suene más dulce la muerte la muerte es un Maestro Alemán
grita más oscuro el tañido de los violines así subiréis como humo en el aire
así tendréis una fosa en las nubes no se yace allí estrecho
Negra leche del alba te bebemos de noche
te bebemos a mediodía la muerte es un Maestro Alemán
te bebemos de tarde y mañana bebemos y bebemos
la muerte es un Maestro Alemán su ojo es azul
él te alcanza con bala de plomo su blanco eres tú
vive un hombre en la casa tu pelo de oro Margarete
azuza sus mastines a nosotros nos regala una fosa en el aire
juega con las serpientes y sueña la muerte es un Maestro Alemán
tu pelo de oro Margarete
tu pelo de ceniza Sulamit
Paul Celan, 1952
Traducción José Luis Reina Palazón
version original
http://www.celan-projekt.de/todesfuge-deutsch.html
Esparce tus flores, forastero, espárcelas sin miedo:
tú las haces llegar a las profundidades,
a los jardines.
El que aquí debiera yacer, no yace
en parte alguna. Pero yace el mundo a su lado.
El mundo que sus ojos abrió
ante tan diversa floración.
Él, sin embargo, que percibió ciertas cosas,
se puso de parte de los ciegos:
anduvo y recogió demasiado:
recogió el perfume –
y quienes lo vieron no se lo perdonaron.
Entonces se fue y bebió una insólita gota:
la mar.
Los peces –¿acudieron a su lado los peces?
Paul Celan, De umbral en umbral (Von schwelle zu schwelle), 1955.
Traducción de José Luis Reina Palazón
Hay una hora que hace del polvo tu escolta,
de tu casa en París, lugar de sacrificio de tus manos,
de tu ojo negro, el más negro ojo.Hay una estancia donde un tiro de caballos se detiene para tu corazón.
Tu cabello quisiera ondear en el viento cuando te vas, eso le está prohibido –
los que se quedan y hacen signos de adiós no lo saben.
Paul Celan, Amapola y Memoria (Mohn und Gedächtnis), 1952.
Traducción José Luis Reina Palazón
¿Que las poleas ya no se contentan con devorar millares y millares de dedos meñiques? ¿Que las máquinas de coser amenazan zurcirnos hasta los menores intersticios? ¿Que la depravación de las esferas terminará por degradar a la geometría?
Es bastante intranquilizador —sin duda alguna— comprobar que no existe ni una hectárea sobre la superficie de la tierra que no encubra cuatro docenas de cadáveres; pero de allí a considerarse una simple carnaza de microbios… a no concebir otra aspiración que la de recibirse de calavera…
Lo cotidiano podrá ser una manifestación modesta dejo absurdo, pero aunque Dios —reencarnado en algún sacamuelas— nos obligara a localizar todas nuestras esperanzas en los escarbadientes, la vida no dejaría de ser, por eso, una verdadera maravilla.
¿Qué nos importa que los cadáveres se descompongan con mucha más facilidad que los automóviles? ¿Qué nos importa que familias enteras —¡llenas de señoritas!— fallezcan por su excesivo amor a los hongos silvestres?…
El solo hecho de poseer un hígado y dos riñones ¿no justificaría que nos pasáramos los días aplaudiendo a la vida y a nosotros mismos? ¿Y no basta con abrir los ojos y mirar, para convencerse que la realidad es, en realidad, el más auténtico de los milagros?
Cuando se tienen los nervios bien templados, el espectáculo más insignificante —una mujer que se detiene, un perro que husmea una pared— resulta algo tan inefable… es tal el cúmulo de coincidencias, de circunstancias que se requieren —por ejemplo— para que dos moscas aterricen y se reproduzcan sobre una calva, que se necesita una impermeabilidad de cocodrilo para no sufrir, al comprobarlo, un verdadero síncope de admiración.
De ahí ese amor, esa gratitud enorme que siento por la vida, esas ganas de lamerla constantemente, esos ímpetus de prosternación ante cualquier cosa… ante las estatuas ecuestres, ante los tachos de basura…
De ahí ese optimismo de pelota de goma que me hace reír, a carcajadas, del esqueleto de las bicicletas, de los ataques al hígado de los limones; esa alegría que me incita a rebotar en todas las fachadas, en todas las ideas, a salir corriendo —desnudo!— por los alrededores para hacerles cosquillas a los gasómetros… a los cementerios….
Días, semanas enteras, en que no logra intranquilizarme ni la sospecha de que a las mujeres les pueda nacer un taxímetro entre los senos.
Momentos de tal fervor, de tal entusiasmo, que me lo encuentro a Dios en todas partes, al doblar las esquinas, en los cajones de las mesas de luz, entre las hojas de los libros y en que, a pesar de los esfuerzos que hago por contenerme, tengo que arrodillarme en medio de la calle, para gritar con una voz virgen y ancestral:
“¡Viva el esperma… aunque yo perezca!”
Oliverio Girondo, Espantapájaros (al alcance de todos), 1932.