lunes, 24 de agosto de 2009

La autopsia

Entonces se descubrió que el oro enraizado del olivo se había infiltrado hasta las hojas del corazón.
 

Y a fuerza de velar, en espera del alba, cerca del candelabro, un extraño ardor se apoderó de sus entrañas.
 

Apenas debajo de la piel, la línea azulada del horizonte intensamente coloreada. Y abundantes vestigios glaucos en la sangre.
 

Los gritos de los pájaros, asimilados en horas de mucha soledad, habían irrumpido al parecer todos juntos, tanto que al cuchillo le fue difícil avanzar en profundidad.
 

Más bien la intención le bastó al Mal,
 

Que él enfrentó –es visible– en la actitud de pavor del inocente. Abierto los ojos, altivos y todo el bosque vibrando aún sobre su retina inmaculada.
 

En el encéfalo nada, apenas un eco celeste, destruido.

 
Y solo en la cavidad de la oreja izquierda, un poco de fina, impalpable arena, como en las caracolas. Eso prueba que muchas veces había caminado junto al mar, completamente solo, con la congoja del amor y el clamor del viento.

 
En cuanto a esas escamas de fuego en el pubis, muestran con evidencia, que avanzaba largas horas en el tiempo, cada vez que poseía a una mujer.

 
Tendremos frutos prematuros este año.

 
 

Odysseas Elytis, Seis y un remordimientos para el cielo, Ed. Argonauta, 1983.

 Traducción directa del griego por Nina Anghelidis con la colaboración de Nicolás Cócaro

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