domingo, 23 de agosto de 2009

Llegada a la luna

Es natural que los Muchachos armen jolgorio
por tan enorme hazaña fálica, una aventura
que a las mujeres no les habría parecido
que valiese la pena planear. Tan solo fue posible

porque a nosotros nos gusta jutarnos en pandillas
y calcular el momento exacto: sí, con franqueza,
nuestro sexo aplaude la hazaña, aunque los motivos
que la hayan propiciado no sean menschlich.

Qué gran gesto. Pero ¿qué es lo que culmina?
¿Y qué es lo que cimenta? Siempre fuimos más hábiles
con los objetos que con las personas, y más dispuestos
al coraje que a la amabilidad. Desde el momento

en que el primer sílex fue tallado, este alunizaje
era sólo cuestión de tiempo. Pero todavía no sabemos
lidiar con nosotros mismos, igual que Adán. Sólo
somos modernos en esto, en nuestra falta de decoro.

Los héroes de Homero no eran más valientes
que estos tres de ahora, pero tenían más suerte:
a Héctor le ahorraron el insulto de que
su valentía tuviese cobertura televisiva.

¿Vale la pena ir a verla? Me lo creo.
¿Vale la pena verla? ¡Bah! Una vez crucé un desierto
y no me entusiasmó: prefiero un jardín
bien regado, lejos de esos que charlan

sobre lo Nuevo, los Von Braun y su calaña;
allí puedo contar las flores en mañanas de agosto,
allí la muerte todavía tiene sentido y ninguna
máquina puede cambiar mi perspectiva.

Gracias a Dios, mi Luna impoluta todavía es
la Reina de los Cielos, creciendo y menguando,
y ante Ella todavía me derrito; su hombrecillo,
hecho de arena y no de proteínas, todavía me visita

con su indiferencia de siempre, y las advertencias
de antaño todavía me asustan: la hybris siempre
termina mal, la Irreverencia siempre es una
torpeza mucho mayor que la Superstición.

Nuestros burócratas seguirán construyendo
ese mismo jaleo sin gracia que es la Historia:
todo lo que nosotros rogamos es que los artistas,
los cocineros y los santos sigan sin hacerles caso.

W. H. Auden, 1969

traducción de Javier Calvo

idioma original: http://www.lib.ru/POEZIQ/AUDEN/poems_engl.txt

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