lunes, 24 de agosto de 2009

Relato de la pequeña Allys

Ya no puedo caminar bien, porque estamos es un país ardiente, donde los hombres mentecatos de Marsella nos trajeron. Y al principio fuimos sacudidos sobre el mar en un día negro, en medio de los fuegos del cielo. Pero mi pequeño Eustaquio no sintió miedo porque no vio nada y yo le tenía las dos manos. Lo quiero mucho, y vine aquí a causa de él. Porque no sé a dónde vamos. Hace largo tiempo que partimos. Los otros nos hablaban de la ciudad de Jerusalén, que está al extremo del mar, y de Nuestro Señor que estará ahí para recibirnos. Y Eustaquio conocía bien a Nuestro Señor Jesús; pero no sabía lo que es Jerusalén, ni una ciudad, ni la mar. Huyó por obedecer a las voces y las escuchaba todas las noches. Las escuchaba en la noche a causa del silencio, porque no distingue la noche del día. Y me interrogaba acerca de estas voces, pero nada podía decirle. No sé nada, y tengo pena solamente a causa de Eustaquio. Caminamos cerca de Nicolás, y de Alain, y de Dionisio; pero ellos subieron a otro navío. y no todos los navíos estaban allí cuando apareció de nuevo el sol. ¡Ay! ¿Qué les pasará? Los encontraremos cuando lleguemos cerca de Nuestro Señor. Está muy lejos todavía. Se habla de un gran rey que nos hace venir, y que tiene en su poder la ciudad de Jerusalén. En esta comarca todo es blanco, las casas y los vestidos, y el rostro de las mujeres está cubierto con un velo. El pobre Eustaquio no puede ver esta blancura, pero le hablo de ella y se regocija. Porque dice que es la señal del fin. El Señor Jesús es blanco. La pequeña Allys está muy cansada; pero tiene a Eustaquio de la mano, para que no caiga, y no le queda tiempo de pensar en su fatiga. Descansaremos esta noche, y Allys dormirá, como de costumbre, cerca de Eustaquio, y si no nos han abandonado las voces, tratará de oírlas en la noche clara. Y tendrá de la mano a Eustaquio hasta el fin blanco del gran viaje, porque es necesario que ella le muestre al Señor. Y seguramente el Señor tendrá piedad de la paciencia de Eustaquio, y permitirá que Eustaquio lo vea. Y tal vez entonces Eustaquio verá a la pequeña Allys.


Marcel Schwob, La croisades des enfants, 1896.

Traducción de Rafael Cabrera.

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