viernes, 23 de mayo de 2014

Lamentos del reptil


1

Al panadero el aire le da de mamar
Al cachorro la perra le da de mamar
Al gatito la gata le da de mamar
Al reptil nadie le da de mamar.

2

Vi al sol jugando con tu pelo
Oso blanco que dejas tu ojo en la nieve
Noté que quieren orinar cuando se sumergen en el océano
A mí me pasa lo mismo
cuando entro al templo.

3

Párpado de sangre tiene el hombre
Para el fuego para el agua para la luz filtrada
Párpado tiene el reptil
para la lengua para la glándula para el veneno.

4

Ofión es mi nombre
Mi madre es la madre del mundo 
¡Eurínome!
¿Me has hecho de viento o de nada?

5

Hay un dragón en una piedra glacial
Hay un dragón donde el pastor Polifemo cerró su ojo
Los más están en oriente muertos tal vez.

6

Sé que jamás podría encontrarlos aunque tuviera las coordenadas
En grados ínfimos
Sería inútil.

7

Transpira mi alma
Un lagrimal de bilis corroe la piedra
Mi color es el verde
Para ahogar las aguas que en mí viven
Verde
Para fluir para perderme.

8

A la altura de la cadera
Una garra a cada lado –brote
De la pata
Que me han cortado

Del mundo prescindo.

9

En 1962
Fue formulada la hipótesis
De que la extinción
Masiva de los dinosaurios
Fue culpa de las mariposas
Que devoraron
Todas las plantas de la Tierra

No me extrañaría
que así fuera

10

Soy tortuga verde 
Vi los ojos de pluma negra
Abriéndose en la arena
Y ellos me vieron a mí
Entrando lenta
En el interminable amnios.

11

Tengo pupila cuneiforme
Dos dimensiones
Tiene la hoja.

12

Nazco rompiendo la blanca
sangre de las adormideras
me buscan donde no estoy
para despertarme
tocan el hombro de cada planta
susurran levántate
cada mañana
meneando la esmeralda.

13

Eres viejo
Con la quietud de la hierba lunar
Podrías ser tú el lecho de la cantárida disecada
Podrías ser
  curador
El manosanta.

14

Árboles derribados
Ramas quebradas
Reptiles muertos de sequía.

15

Tíos
Y amigos de nuestros padres
Compartían vino
Pan y sobras –un órgano
De grasa oprimiendo la carne
Sólo esto recordamos
Hablaban de dinosaurios.

16

Canta gallo canta
Mi retirada del ámbar vegetal
De la resina pestilente
Canta
El hijo sin albumen
El hijo que somos
De la muerte
Del espejo
Del abismo de los enamorados.

17

Observo.
En la quilla de la farola hay insectos muertos
Polillas en la circunferencia del haz
La hoja de un relámpago entrando en las aguas

Bajo las aguas y la farola
El sapo de arqueado color.

18

No Volveré a
Beber nihonshu
Menos cuando
Estoy solo
¿Habrá
Otros como
Yo afuera?
¿Nos habremos convertido
Los dragones
En una raza triste

De borrachos?

miércoles, 21 de mayo de 2014

Felisberto Hernández - Muebles "El Canario"


(Originalmente publicado en Mujer Batllista
año II, Nº 12, Montevideo, noviembre 1947)
Nadie encendía las láparas
Buenos Aires: Sudamericana, 1947

        La propaganda de estos muebles me tomó desprevenido. Yo había ido a pasar un mes de vacaciones a un lugar cercano y no había querido enterarme de lo que ocurriera en la ciudad. Cuando llegué de vuelta hacía mucho calor y esa misma noche fui a una playa. Volví a mi pieza más bien temprano y un poco malhumorado por lo que me había ocurrido en el tranvía. Lo tomé en la playa y me tocó sentarme en un lugar que daba al pasillo. Como todavía hacía mucho calor, había puesto mi saco en las rodillas y traía los brazos al aire, pues mi camisa era de manga corta. Entre las personas que andaban por el pasillo hubo una que de pronto me dijo:
         —Con su permiso, por favor...
         Y yo respondí con rapidez:
         —Es de usted.
         Pero no sólo no comprendí lo que pasaba sino que me asusté. En ese instante ocurrieron muchas cosas. La primera fue que aun cuando ese señor no había terminado de pedirme permiso, y mientras yo le contestaba, él ya me frotaba el brazo desnudo con algo frío que no sé por qué creí que fuera saliva. Y cuando yo había terminado de decir “es de usted” ya sentí un pinchazo y vi una jeringa grande con letras. Al mismo tiempo una gorda que iba en otro asiento decía:
         —Después a mí,
         Yo debo haber hecho un movimiento brusco con el brazo porque el hombre de la jeringa dijo:
         —¡Ah!, lo voy a lastimar... quieto un...
         Pronto sacó la jeringa en medio de la sonrisa de otros pasajeros que habían visto mi cara. Después empezó a frotar el brazo de la gorda y ella miraba operar muy complacida. A pesar de que la jeringa era grande, sólo echaba un pequeño chorro con un golpe de resorte. Entonces leí las letras amarillas. que había a lo largo del tubo: Muebles “El Canario”. Después me dio vergüenza preguntar de qué se trataba y decidí enterarme al otro día por los diarios. Pero apenas bajé del tranvía pensé: “No podrá ser un fortificante; tendrá que ser algo que deje consecuencias visibles si realmente se trata de una propaganda”. Sin embargo, yo no sabía bien de qué se trataba; pero estaba muy cansado y me empeciné en no hacer caso. De cualquier manera estaba seguro de que no se permitiría dopar al público con ninguna droga. Antes de dormirme pensé que a lo mejor habrían querido producir algún estado físico de placer o bienestar. Todavía no había pasado al sueño cuando oí en mí el canto de un pajarito... No tenía la calidad de algo recordado ni del sonido, que nos llega de afuera. Era anormal como una enfermedad nueva; pero también había un matiz irónico; como si la enfermedad se sintiera contenta y se hubiera, puesto a cantar. Estas sensaciones pasaron rápidamente y en seguida apareció algo más concreto: oí sonar en mi cabeza una voz que decía:
         —Hola, hola; transmite difusora “El Canario”... hola, hola, audición especial. Las personas sensibilizadas para estas transmisiones... etc., etc...
         Todo esto lo oía de pie, descalzo, al costado de la cama y sin animarme a encender la luz; había dado un salto y me había quedado duro en ese lugar; parecía imposible que aquello sonara dentro de mi cabeza. Me volví a tirar en la cama y por último me decidí a esperar. Ahora estaban pasando, indicaciones a propósito de los pagos en cuotas de los muebles “El Canario”. Y de pronto dijeron:
         —Como primer número se transmitirá el tango...
         Desesperado, me metí debajo de una cobija gruesa; entonces oí todo con más claridad, pues la cobija atenuaba los ruidos de la calle y yo sentía mejor lo que ocurría dentro de mi cabeza... En seguida me saqué la cobija y empecé a caminar por la habitación; esto me aliviaba un poco pero yo tenía como un secreto empecinamiento en oír y en quejarme de mi desgracia. Me acosté de nuevo y al agarrarme de los barrotes de la cama volví a oír el tango con más nitidez.
         Al rato me encontraba en la calle: buscaba otros ruidos que atenuaran el que sentía en la cabeza. Pensé en comprar un diario, informarme de la dirección de la radio y preguntar qué había que hacer para anular el efecto de la inyección. Pero vino un tranvía y lo tomé. A los pocos instantes el tranvía pasó por un lugar donde las vías se hallaban en mal estado y el gran ruido me alivió de otro tango que tocaban ahora; pero de pronto miré para dentro del tranvía y vi otro hombre con otra jeringa; le estaba dando inyecciones a unos niños que iban sentados en asientos transversales. Fui hasta allí y le pregunté qué había que hacer para anular el efecto de una inyección que me habían dado hacía una hora. El me miró asombrado y dijo:
         —¿No le agrada la transmisión?
         —Absolutamente.
         —Espere unos momentos y empezará una novela--en episodios.
         —Horrible -le dije.
         El siguió con las inyecciones y sacudía la cabeza haciendo una sonrisa. Yo no oía más el tango. Ahora volvían a hablar de los muebles. Por fin el hombre de la inyección me dijo:
         —Señor, en todos los diarios ha salido el aviso de las tabletas “El Canario”. Si a usted no le gusta, la transmisión se toma una de ellas y pronto.
         —¡Pero, ahora todas las farmacias, están !cerradas y yo voy a volverme loco!
         En ese instante oí anunciar:
         —Y ahora transmitiremos una poesía titulada “Sillón Querido”, soneto compuesto especialmente para los muebles “El Canario”.
         Después el hombre de la inyección se acercó a mí para hablarme en secreto y me dijo:
         —Yo voy a arreglar su asunto de otra manera. Le cobraré un peso porque le veo cara honrada. Si usted me descubre pierdo el empleo, pues a la compañía le conviene más que se vendan las tabletas.
         Yo lo apuré para que me dijera el secreto. Entonces él abrió la mano y dijo:
         —Venga el peso. —Y después que se lo di agregó: —Dése un baño de pies bien caliente.

miércoles, 7 de mayo de 2014

Wisława Szymborska - El número Pi



El admirable número Pi
tres coma uno cuatro uno.
Las cifras que siguen son también preliminares
cinco nueve dos porque jamás acaba.
No puede abarcarlo seis cinco tres cinco la mirada,
ocho nueve ni el cálculo
siete nueve ni la imaginación,
ni siquiera tres dos tres ocho un chiste, es decir, una comparación
cuatro seis con cualquier otra cosa
dos seis cuatro tres de este mundo.
La serpiente más larga de la tierra suma equis metros y se acaba.
Y lo mismo las serpientes míticas aunque tardan más.
El séquito de dígitos del número Pi
llega al final de la página y no se detiene,
sigue, recorre la mesa, el aire,
una pared, una hoja, un nido de pájaros, las nubes, hasta llegar directo al cielo,
y perderse en la insondable hinchazón del cielo.
¡Qué breve cola la de un cometa, cual la de un ratón!
¡Qué endeble el rayo de un astro si se curva en la insignificancia del espacio!
Mientras aquí dos tres quince trescientos diecinueve
mi número de teléfono la talla de tu camisa
el año mil novecientos sesenta y tres sexto piso
el número de habitantes sesenta y cinco céntimos
dos pulgadas de cintura una charada y un mensaje cifrado
que dice vuela mi ruiseñor y canta
y también se ruega guardar silencio,
se extinguirán cielo y tierra,
pero el número Pi no, jamás,
seguirá su camino con su nada despreciable cinco
con su en absoluto vulgar ocho
con su ni por asomo postrero siete,
empujando, ¡ay!, empujando a durar
a la perezosa eternidad.


En Paisaje con grano de arena
Traducción: Jerzy Sławomirski y Ana María Moix

Agradezco a 
http://bibliotecaignoria.blogspot.com   


por recordármelo hoy

lunes, 7 de abril de 2014

Antes que el tiempo los cambiara - Kavafis (1863 - 1933)

Se sintieron afligidos            por la separación.
No la habían querido           fueron las circunstancias.
Necesidades vitales            obligaron a uno de ellos
a irse lejos                          Nueva York o Canadá.
Su amor, ciertamente          no era el mismo de antes:
la atracción poco a poco     había disminuido,
la atracción grandemente     había disminuido.
Pero la separación              no la habían querido.
Fueron las circunstancias    O, quizá, como un artista,
apareció el Destino,            separándolos antes
que muriera el amor,           antes que los cambiara el tiempo.
El uno para el otro              será siempre el que había sido:
el apuesto muchacho           de veinticuatro años.


C. Kavafis

PARA FORTALECERSE - Kavafis (1863-1933)

Quien desee fortalecer su espíritu
tendrá que ir más allá del respeto y la sumisión.
Tendrá que acatar algunas leyes,
pero, en general, tendrá que violar
tanto las leyes como las costumbres e ir más allá
de las normas aceptadas e insuficientes.
Mucho le enseñarán los placeres sensuales.
No habrá de temer al acto destructivo:
la mitad de la casa tendrá que derrumbarse.
Así alcanzará virtuosamente la sabiduría.

martes, 28 de enero de 2014

dicen - Juan Esteban Linares




Que me están haciendo mal los alcoholes
y el aroma marchitado de la gente,
que huele mal el humo tras mis dientes
filtrándose como un gato
en el aire con su estrella de cinco puntas,
 de vapor, de plomo rápido…

Que me revolqué entre las hormigas y las colillas
y los gallos estuvieron en mi alba picando maíz negro.
 Es probable –mi sueño, perdido como un olivo inalcanzable,
como la higuera que no tuve.
¿Por qué no entran a mi cuarto
un día, una mañana
a besar el loto de mis vasos,
a besar la flor de las paredes?

Quizá por miedo al infierno,
a los tirantes de la cama,
a las sienes de un demonio,
a la órbita limpia entre las cejas desatadas.

He visto el sol detrás del párpado
y a los ojos despejarse
en el iris del día. Y dicen, me han visto,
fumando el hematoma del ocaso,
o quemándome las pestañas con el chispero
de una conífera.
He visto un sol lagrimal fulgurar
en la mañana de los pómulos
un pomelo verde, un llanto plañidero,
un parto, una lágrima…
Y dicen que estuve muerto
como el vino en la barbilla del anciano
y que olvidé en la clepsidra
la dignidad de mis manos y mi futuro…

desventura - Juan Esteban Linares




En tu paciencia indiferente
tejes tu maqueta de luces, tus rutas de alambre,
el descanso último y la oración primera,
en tu paciencia indiferente
voy desesperándome
como un amante que ve morir su amante
como un niño viendo morir la madre.
Cuelga de la estrella blanca un jirón de sangre.
Es el tiempo estirándose como una serpiente.
Es el veneno del tiempo llamando al abismo
y el abismo acudiendo prestante.
¿Qué es el tiempo? ¿Silencio? ¿Ausencia?
Somos los continentes sepultos,
o la flor que nace en la falla de aquel puente,
soy una campana de huesos
blandida en la tarde de las guerras silenciosas.
Soy la música de la estrella muda
en su cauce de luz, en su diapasón dorado.
Como la leche de la muerte,
desde el horizonte te alzas
apagando las estrellas
con tu mano lejana, con el cuenco
de tu mano repleto de lágrimas.
Saber que muero para abrir los ojos
de las tumbas en la tierra.
Y que mi corazón irá a buscarte
ensillado en su cangrejo de rocas,
para labrar en tus ojos, otros ojos del misterio.
Oculto en las almenas yaceré sin cuerpo.
¿Había una flor en los abismos,
impregnada de distancia,
quebrada entre tu mano y mi mano,
Bífida entre tu planta y mi planta?
Mis lágrimas suben, vuelan altas,
hasta incendiarse en la cúpula iridiscente
de las cimas. Caigo en caída libre
hasta enredarme en la flor carnívora,
en la dentadura doble de los tiburones rojos
que eludirán mi sangre repelente.
Adiós mi diosa, mi Gorgona, mi incierta.
El agua del espejo se ha estancado
entre las cerradas puertas de la galaxia.
Una sombra tibia de pulular ranas
se ha tendido entre las cerradas puertas
del desierto. Nos alejamos como opuestos trenes minerales,
con un cansancio plomizo de vagones
hacia las laderas bárbaras.
 ¿Has enviado tú este pájaro
enfermo? ¿No sabías que enferman
entre los polos estas aves de viento?
¿Has enviado tú este puñado
de hojas blancas?
 Sé que no ves el torso del viajero
desnudo y solo frente a la aljaba de alba.
Se despiden de nosotros los perros, los amigos
testigos de nuestro lazo de ceniza,
los traductores de lenguas muertas,
los símbolos fatales de las huellas, los anillos
y la sangre mínima que celosamente
custodió en su jaula coagulosa
el ciego insecto de nuestra desventura.