domingo, 29 de noviembre de 2009

Para Valeria


No están de más lo ojos. Son demasiados
pero también son muchos los nichos de la espuma,
el movimiento globular de la sangre, el movimiento,
Tales que nos descubrió de agua, una superficie calma,
tu gota abierta al tocarla...


Un jardín alzado desde un regajo: los pájaros
cantan una melodía aprendida de una caja
armónica que ha sonado de golpe.


Si no el parto, lo da la mano.
Si no la luz, la música.
Si no el dios, el otro.
Si no el engranaje, la tierra
con toda esa piedra adentro.
Si no el haz, el discurso.
Si no la sobrevienta, lo da la sófora jóven.
Si no un libro antiquísimo de China,
lo da el músculo, la estación...


También el fuego cabalga un lomo.
En el interior está el combustible
y nuestro ojo en la cerradura.
Prescindimos de párpado
y en lugar de ver al animal
vemos la fiesta.


El cuerno también es una cánula de la savia.
Después de muerto que sigue creciendo
cabello y uñas, después que sigue respirando...


Cuento una,
dos, tres
cuatro
estaciones
y ya estoy viejo de contar.
El polvo cuenta al polvo.
Cuento una, dos, tres,
la veces de cruzarte,
uno, dos, tres, cuatro los granos de arena,
el hartazgo que anuncia el milagro.


Espléndido el cuerpo recostado en el piso,
el disco grabado en Abbey Road que suena,
la mancha roja tras el vidrio verde,
el cigarrillo que frío busca apagar
las brasas encendidas,
espléndido el cuerpo abierto, los fluídos,
lo enunciable y lo no,
espléndida la cámara de los estudios de Abbey Road,
la palma extendida, el cristal que canta
como una lámpara y no se sabe desde dónde.


No esperes que se detenga el mar.
Tampoco les creas a quienes dicen
que va a hervir pero no está mal
estarse precavido ante la mansedumbre.
No hagas caso de la población.
Arrancate los ojos antes del nistagmo.


Conversan sístole y diástole:

- ¡Qué culpa me echo de haber volado al pájaro!
- ¡Qué culpa me echo de haber volado al pájaro!

Pasa un tren de óxido.

- ¿Habrá sentido las larvas?
- ¿Que quería descascararnos?

Pasa un tren de óxido

- ¿A qué cabeza le bombean las ballenas
la sal sangrante del océano?

Pasa un tren de óxido: en sus chimeneas nada
puede anidar.


Inclinan los cogotes.
Nacen desde un tálamo, la grieta
se genera en la tierra por voluntad
de la tierra. No suben buscando luz
pues la luz está en todas partes.
 

Observó Heráclito que ha venido ¿sabes?
lo noté decrépito con todos esos cálculos
periódicos grabados en la retina.


Ah, de tu vientre
esta constelación viva.
Un reflejo de apiñarse
y marchar como el hierro,
panza con hombro, muslo con cabeza:
esta constelación viva y jadeante,
encendida y fósil
para los telescopios.


Una barca flota:
es bueno verla a la par de ruiseñores
lentamente irse como un globo paseando
por el mundo.
Cada reflexión del agua brilla
con una gama distinta del desmembrado.


Ya no se puebla de flores. Apenas
nacen unas pocas y maduran
y tienen recién sus órganos
cuando termina la floración.
Se fue el verano. Los árboles verdes
a pesar.


Y sentenció:
que el alimento
de las aves rapaces sean los muertos.

Y que los árboles naczcan del nife
al igual que tus manos y que se les niegue escuchar
cuentos al salir de la sombra.

La aldea del héroe.

¡Montañas separarán el mundo y no abismos!

¡Océanos! Para que muy profundo
no se sepa que llueve.



Dialogan
moviendo las cabezas en torno al fuego.
Las alejan un poco, apartan los ojos
de las esporas del fuego.
Ya empezó a abrirse el río: el comienzo
de una riqueza incomparable.
Se convencen a comportarse como el limo,
con los ojos prendidos de esporas
al placer de acarrearse.


Buscan la diadema.
Un altar derrama una vertiente
y es el encuentro
entre vertiente y lomo
la primera y única concepción.


Al jardín medirlo con pies
de lado a lado: si es de cabeza de alfiler
con pasos cortados; si es de líquidos
con diminutos pasos; si es anchura
con estaciones, átomos del tiempo,

medirlo abierto.


Juan E. Linares

lunes, 16 de noviembre de 2009

And the days are not full enough


And the days are not full enough
And the nights are not full enough
And the life slips by like a field mouse
Not shaking the grass.


Ezra Pound, Lustra

jueves, 5 de noviembre de 2009

La Ley se parece al amor

La Ley, dicen los jardineros, se parece al sol,
la Ley es lo único
que todos los jardineros obedecen,
mañana, ayer y hoy.

La Ley es la sabiduría del anciano,
la débil regañina del abuelo impotente;
los nietos le enseñan su lengua atiplada,
la Ley son los sentidos de los jóvenes.

La Ley, dice el cura con mirada sacerdotal
explicándola a una gente poco piadosa,
la Ley son las palabras de mi misal,
la Ley son mi púlpito y mi campanario.
La Ley, dice el juez mientras mira hacia abajo,
hablando con claridad y con severidad,
la Ley es lo que antes os he dicho,
supongo que ya sabéis qué es la Ley,
pero dejadme que lo explique una vez más:
la Ley es la Ley.

Sin embargo, los eruditos que cumplen la Ley
escriben que esta no es mala ni buena,
la Ley sólo son crímenes
castigados por los lugares y las épocas,
la Ley es como la ropa de la gente
en cualquier lugar y época,
la Ley es Buenos días y Buenas noches.

Otros dicen que la Ley es nuestro destino;
otros dicen que la Ley es nuestro Estado;
otros dicen y dicen
que ya no hay Ley,
que se ha terminado.

Y siempre la multitud enfadada,
muy enfadada y ruidosa,
la Ley somos Nosotros,
y siempre el tonto y baboso Yo.

Amigo, si nosotros sabemos que ya no
sabemos más de la Ley que los demás,
si yo no sé más que tú
lo que debemos hacer y lo que no,
salvo lo que todos aceptan
de buena o de mala gana,
o sea, que la Ley existe,
y que todos los saben,
y si por ello es absurdo
identificar la Ley con otra palabra,
a diferencia de tantos hombres
no puedo repetir que la Ley existe,
e igual que ellos tampoco debemos reprimir
el deseo universal de conocerla
o abandonar nuestra posición
por la simple despreocupación.
Aunque al menos puedo reducir
tu vanidad y la mía
a decir con timidez
que existe una vaga similitud,
en todo caso diremos con orgullo:
se parece al amor.

Al amor que nunca sabemos dónde ni cómo,
al amor que no podemos dominar ni liberar,
al amor que a veces nos hace llorar,
al amor que casi nunca cumplimos.

W. H. Auden, 1939.


Por favor lean la versión original que es muy superior a esta traducción que encontre por ahí:

http://www.boothill.ca/goatwrrld/w_h_auden.html




lunes, 31 de agosto de 2009

Soave

Ella avanza en bicicleta 
junto a un canal muerto 
recitando los versos de Carducci 
que aprendió la semana pasada en la escuela 
en este canal cuando yo era joven 
las barcazas cruzaban tan juntas 
era como un beso... 


John Berger, Cuatro postales

domingo, 30 de agosto de 2009

Epigrama

Pero en la noche ves tu arroz y tus frijoles fritos,
con una cuajada fresca, y una tortilla caliente,
o un plátano asado,
los comés sin guardasepaldas.
Y tu jícara de tiste no la prueba primero un ayudante.
Y después tocás si querés en tu guitarra una canción ranchera,
y no dormís rodeado de reflectores y alambradas y torreones.

Ernesto Cardenal, Epigramas, 1950-1956

jueves, 27 de agosto de 2009

Los heraldos negros

Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma… Yo no sé!

Son pocos; pero son… Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte. 
Serán talvez los potros de bárbaros atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.

Son las caídas hondas de los Cristos del alma,
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema

Y el hombre… Pobre… pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.

Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé!

César Vallejo, 1918

miércoles, 26 de agosto de 2009

Cuerpo a la vista

Y las sombras se abrieron otra vez y mostraron tu cuerpo:
tu pelo, otoño espeso, caída de agua solar,
tu boca y la blanca disciplina de sus dientes caníbales, prisioneros en llamas
tu piel de pan apenas dorado y tus ojos de azúcar quemada,
sitios en donde el tiempo no transcurre,
valles que sólo mis labios conocen,
desfiladero de la luna que asciende a tu garganta entre tus senos,
cascada petrificada de la nuca,
alta meseta de tu vientre,
playa sin fin de tu costado.

Tus ojos son los ojos fijos del tigre
y un minuto después son los ojos húmedos del perro.

Siempre hay abejas en tu pelo.

Tu espalda fluye tranquila bajo mis ojos
como la espalda del río a la luz del incendio.

Aguas dormidas golpean día y noche tu cintura de arcilla
y en tus costas, inmensas como los arenales de la luna,
el viento sopla por mi boca y su largo quejido cubre con sus dos alas grises
la noche de los cuerpos,
como la sombra del águila la soledad del páramo.

Las uñas de los dedos de tus pies están hechas del cristal del verano.

Entre tus piernas hay un pozo de agua dormida,
bahía donde el mar de noche se aquieta, negro caballo de espuma,
cueva al pie de la montaña que esconde un tesoro,
boca del horno donde se hacen las hostias,
sonrientes labios entreabiertos y atroces,
nupcias de la luz y la sombra, de lo visible y lo invisible
(allí espera la carne su resurrección y el día de la vida perdurable).

Patria de sangre,
única tierra que conozco y me conoce,
única patria en la que creo,
única puerta al infinito.


Octavio Paz, El girasol, 1943-1948.